CAPITULO 8º

Nada más acceder al interior del recinto, el panorama que se encuentran de frente les avisa, a todos los componentes del grupo familiar, de que tendrán que armarse de paciencia, porque lo que observan con sus ojos les transmite, aún en el hipotético caso de que todos los tramites se agilicen, la idea de que les queda por pasar un buen rato de espera en esa sala. Debido a esa circunstancia, se dilatara por algún tiempo su subida al barco lo que, sin duda, prorrogará un rato más sus ansiadas ganas de descansar, de dar fin a su corretear cargando maletas de allá para acá. No es de extrañar que tengan esa percepción porque la primera impresión al entrar en la sala es la de estar contemplando un espacio que, a pesar de ser bastante amplio, se ve que está ocupado por una ingente cantidad de personas que parecen estar esperando distribuidos por todo el local. El lugar, con forma rectangular, es una sala de recepción y atención de viajeros muy ancha y profunda que, además, está bastante bien organizada. Vestida con un mobiliario de apariencia simple, consiste, tan solo, en asientos en bancada de madera barnizados en un color castaño en mate con betas en tonos más claros; unos alineados en ambas paredes laterales, otros se hallan repartidos en un perímetro cercano a un enorme mostrador que está instalado en un rincón del lado izquierdo de la sala. Es un mostrador extenso, muy alto y su base también es de madera con unos pequeños adornos en forma de listones superpuestos que enmarcan una encimera de un mármol verde lechoso con jaspeado y veteado de color pajizo y en él se ven unas enmarcadas taquillas, tras las cuales unas personas se afanan sin pausa examinando papeles y consignando sellos en documentos y pasaportes.

El gentío que se encuentra frente al mostrador se halla distribuido en grupos, haciendo espera tras una larga fila descuidada que, llegando a la repisa de mármol, se reparte respetando correctamente el turno para ser atendidos por el personal de aduanas en las ventanillas. También, por toda la estancia se pueden ver junto a sus dueños un montón de pertenencias personales en forma de maletas de viaje, pequeñas, grandes, de múltiples formas colores y tejidos, es como estar ante un desfile en donde transitan de un lado a otro o posan en el suelo, equipaje de toda índole como diversos sacos y bolsas, algunos de cuero o tela, unos con caprichosos adornos entre sus correas y hebillas, otros más modestos y simples en su aspecto. Incluso, algunos viajeros, portan cajas de distintos tamaños hechas de varios materiales y otros llevan pequeños bultos como hatillos envueltos en telas o papeles, algunos de periódicos, pero que están tan bien apretados y compactos que, a consecuencia de ello, dibujan un contenido de formas que hacen difícil la tarea de adivinar qué es lo que resguardan esas envolturas con tanto celo.

Al mirar al fondo, a lo lejos del local, se aprecian unas puertas y lindante a ellas, a mano derecha, lo que parece ser un pasillo. Antes de llegar a las puertas hay unas mesas largas, estrechas y robustas que también son de madera. Su aspecto es de color marrón apagado, se las ve viejas y desgastadas, probablemente, como resultado de su uso a lo largo de muchos años amortiguando golpes y soportando un sin número de roces sobre sus patas y encimeras. Sobre las mesas se ven más maletas, pero éstas están extendidas y abiertas contiguas a sus portadores, mientras los agentes policiales revisan el interior de las mismas. Los carabineros registran minuciosamente entre las pertenencias personales de sus dueños, lo hacen sin ningún pudor ni recato al tocar prendas y abrir cuanto neceser o pequeña caja les parece despertar sospecha de ser objeto de una posible incautación. Chena, con su tenaz curiosidad, no necesita que nadie le diga donde se encuentran, ella ya ha determinado con su pequeña inteligencia que este espacio del edificio es el de acogida y registro para los viajeros que van a tomar pasaje a bordo de un buque, pese a que en toda su corta vida nunca había estado en un lugar como este. Probablemente, piensa la chiquilla, esas personas que se hallan a su alrededor embarquen en el mismo trasatlántico que ella. La niña lo mira todo, desde su baja estatura, lo hace con tremenda curiosidad y no solo se ha percatado de cómo está distribuida la sala sino que mira los rostros de la gente con seria indagación, como si quisiera saber qué es lo que sienten al estar allí, pues al traspasar la puerta de entrada a este recinto a ella le ha invadido de repente un sentimiento de incertidumbre cercano al temor.

Ningún integrante de la familia sabe muy bien qué hacer y se sienten perdidos al no tener muy claro adonde ir primero entre tanta gente. Un hombre vestido de uniforme, un carabinero, les da las buenas tardes y con un gesto serio les indica que se coloquen en la hilera que se forma ante el gran mostrador y que va, finalmente, a repartir en tres taquillas donde son atendidos todos los que, pacientemente, hacen cola. Estoicamente, las personas permanecen en la fila con los documentos que están seguros les van a solicitar y con parte de su equipaje junto a sus pies, pero otros, que son niños y mujeres, esperan también sentados en los bancos custodiando sus valijas. El padre y el tío de Chena hacen lo propio y les dicen a las mujeres y a sus hijos que se sienten en alguno de los sitiales a esperar. Así lo hacen, repitiendo los mismos pasos todos los que entran después de ellos, al igual que la mayoría de la multitud que se halla en el lugar, pues todos están en la misma situación haciendo antesala antes de embarcar. Después de una larga espera llega, por fin, el turno al padre. El hombre posa sobre la fría piedra de mármol todos los papeles que le van solicitando:

-Pasaportes por favor, ¿Los visados pertenecen a usted y a su mujer?

-Sí, y este es el pasaporte en conjunto de mis tres hijos. La hermana mayor figura y responde por los otros dos hermanos, tal y como lo solicitó el departamento de inmigración.

-Muy bien, los tres niños son ciudadanos chilenos ¿Verdad? Y ustedes son sus padres ¿No?

-Sí, aquí tiene la documentación de la embajada Española, donde también están inscritos los tres niños como ciudadanos españoles, tienen la nacionalidad por consanguinidad.

-¿La vacunación de los niños se ha realizado correctamente?

-Sí, aquí tiene, no existe ningún riesgo de infección. Estos son los certificados de vacunación.

-Bueno… parece que todo está conforme. Una última pregunta ¿Tiene algo que declarar?

-No, nada que declarar. – En ese momento el inspector de aduanas golpea con un tampón, con fuerza y diligencia, todos los documentos entregados por el padre.

-Atienda: Ahora van a pasar a las mesas del fondo, por favor, procedan a abrir todo equipaje, maleta o bulto que lleven; incluso, deben abrir los bolsos de mano si los llevan y no guarde la documentación porque puede que se la vuelvan a solicitar… es mejor que la tengan a la vista.

Así, a un ademán del padre indicando a su mujer e hijos que le sigan, se dirigen todos al sitio indicado; coloca el padre las dos maletas, además de los bultos sobre una de las mesas y de inmediato un agente, con un tosco gesto de cabeza a modo de saludo y sin mediar palabra, abriendo uno a uno los cierres, comienza a revisar en el interior de las mismas, tocando todo lo que le parece susceptible de ser mirado con mucha más atención. Los niños observaban callados, un poco asustados, puesto que los rostros de los policías que hasta ahora han visto son demasiado ceñudos y de aspecto intratable. Al poco de estar todos en silencio mirando como un extraño mete mano a cuanto les pertenece, mientras que en otra mesa está sucediendo lo propio con la otra parte de la familia, súbitamente surgen de improviso dos varones acompañados de una mujer que se apostan frente al padre y la madre de Chena. Los hombres, en sus trajes negros, lucen sendas identificaciones a modo de unas chapas, como la insignia de un comisario, que brillan y que están prendidas en el pico de sus solapas; al presentarse dicen ser inspectores de control de aduanas y esas son exactamente las palabras que se pueden leer rotuladas en dichos distintivos prendidos en sus americanas. La mujer uniformada con traje de chaqueta y falda se acerca y se sitúa al lado de los pequeños especificando simplemente que pertenece al departamento de asuntos sociales. Uno de los hombres, con voz áspera pero con educación, solicita al padre toda la documentación para luego instar al matrimonio a que les acompañen a un despacho añadiendo que la señorita se hará cargo de sus hijos mientras tanto.

-No se preocupen los niños están en buenas manos, se quedan con esta señorita del departamento de inmigración y asuntos sociales – dice uno de los agentes-; tengan claro que para nosotros además de criaturas inocentes – manifiesta estas palabras con cierto empaque- son ciudadanos chilenos de pleno derecho.

-Bien, quedaros aquí quietos y tranquilos, ahora volvemos. – Dice el padre a los tres pequeños guiñándoles un ojo y con una amplia sonrisa, a la vez que lanza una mirada de aviso a su cuñado al que aún siguen registrando sus maletas.

Uno de los hombres con un gesto de mano señala una puerta y todos inician el camino hacia ella. La dependencia en la que entran está casi vacía, parece más bien una pequeña oficina, en donde se ubica una mesa, varias sillas y un pequeño mueble archivador. Al acomodarse en un asiento, el hombre de aspecto más fuerte invita al resto a hacer lo mismo con aire de seriedad, su voz suena solemne y su cara algo hosca es de muy pocos amigos. Tras un aplastante silencio que dura un ínfimo pero eterno segundo, el otro inspector, que permanece en pie, que ha estado en todo momento callado, y cuyo aspecto es mucho más amigable comienza a soltar un directo discurso sobre los emigrantes que abandonan el país que les ha acogido, con los brazos abiertos, que lo hacen llevándose consigo buenas cantidades de dinero que en nada benefician a las cuentas recaudatorias de una nación.

-A veces tenemos que explicar a las personas que abandonan nuestro país algo tan sencillo como que sacar dinero sin declararlo, aquí, es un delito…supongo que en sus países ocurrirá lo mismo…“Porque es de entender que sacar divisas sin declarar, al extranjero, afecta a la economía de un país; si las personas que abandonan esta tierra no hacen los oportunos pagos al fisco, es como si estuvieran cometiendo el delito de robo. Ustedes, según nos consta en los informes que obran en nuestro poder, tienen varias propiedades en la capital. Presumo, que habrán realizado con anterioridad los pagos oportunos que deben hacer para salir del país; también supongo, que no llevaran dinero en metálico consigo escondido en sus prendas de vestir, para sacarlo sin declararlo. Como sabrán, porque intuyo que Uds. no son tontos, este quebrantamiento de las leyes puede acarrear la consecuencia de que podamos retenerles, impidiendo su salida del país además de que dicho delito puede ser castigado con la pena de cárcel. Años de prisión que pueden caerles si en este mismo momento se niegan a admitir lo que sospecho están a punto de hacer. Piensen muy bien en la respuesta que nos van a dar, el departamento de servicios sociales tendrá que hacerse cargo de sus hijos, sus pequeños hijos quedarían sin padres durante una buena temporada si mienten y les advierto tienen una sola oportunidad. Como les he dicho, piensen muy bien su respuesta… Si no, tendremos que proceder a inspeccionar sus vestimentas y sus ropas íntimas. Espero que, por su bien y por el de sus hijos, eviten el tener que obligarnos a iniciar los trámites para impedirles la salida del país. Sería una pena y una lástima el llegar a esta situación.”

Tras de explicar el oficial, con suma claridad, la situación en la que se encontraría el matrimonio de ser ciertas sus sospechas sobre las intenciones de evadir divisas los agentes, antes de llevar a cabo su registro, se quedan callados a la expectativa de lo que pueda decir la pareja en su defensa ante su “estudiada amenaza”.

-Verán, Señores -empieza el padre a exponer con toda la serenidad y convicción que es capaz de reunir-, estando las cosas como están…, Uds. han sido muy claros y no les voy a ocultar que sí…, vamos, que sí que llevamos algún dinero escondido en la ropa intima de mi mujer; pero deben comprenderlo…, es solo un pequeño montante para salir del paso para cuando lleguemos a España. Como ustedes mismo dicen, las propiedades aquí se quedan y créanme que es el único valor real que poseemos. Lo que lleva mi mujer encima son todos nuestros ahorros, ¡poca cosa!, no somos ricos sino sería impensable que el gobierno español pague nuestra repatriación. O… ¿No lo creen así? -Se le oye decir al padre usando un tono de voz y gestos de pobre desgraciado que ha sido descubierto. En su rostro asoman las primeras huellas de la vida en forma de pequeñas arrugas que le dan al hombre una apariencia de cansado. – Uds., si han comprobado su información, las propiedades siguen en manos de otros familiares, personas que se quedan aquí, luego… ¿qué creen que podemos poseer que no sea la propia vida y cuatro perras?…

-Entonces no estamos equivocados. Es cierto que están sacando divisas de la nación.

-¡No! Yo no diría que lo que llevamos encima es como para darle mucha importancia. Por favor, mujer, saca el dinero que llevas escondido, si están Uds. de acuerdo, porque a lo mejor prefieren iniciar los pasos para llevar a cabo un registro, quedamos a la disposición de Uds. y por supuesto de las leyes del país. Pero, por favor, déjennos hablar con otros familiares que están afuera, pues los niños pueden hacer el viaje hacia España con ellos, ya que como bien dicen Uds., los niños son chilenos de pleno derecho pero también son españoles en igual condición y el gobierno de España es quien ha pagado su repatriación.

Mientras, afuera, en la inmensa sala, los tres chiquillos permanecen de pie junto a las maletas aún abiertas y a la mujer de los servicios sociales. Sus tíos y primos les observan a una prudente distancia pero sin acercarse, optando por ser precavidos a la espera de ver que es lo que pasa. La hermana mayor, en medio de los pequeños, mira fijamente la puerta por la que han desaparecido sus padres esperando que de un momento a otro esta se abra y el chiquitín hace lo propio, pero Chena procura evitar mirar hacia la puerta tratando en todo momento de contactar con los ojos de la mujer que les vigila con la convicción de que la finalidad del verdadero miedo que siente está en manos de la mujer y que si la mira a ella descubrirá el verdadero motivo de su presencia. No entiende lo que está sucediendo, pero su instinto la advierte de que no se confié de las apariencias. En tanto, la mujer se muestra más bien indiferente, como si estuviera por estar, como figurante en una actuación. De repente les dice:

-Si queréis os podéis sentar chicos, tardaran un poco en salir y.., ¿me podéis decir que lleváis en esa caja tan bonita? -La mujer que les ha estado vigilando con mirada flemática irrumpe en las mentes de los pequeños con una dulce sonrisa, aunque ella lleva un rato queriendo curiosear dentro de la caja que sostiene la pequeña ya que no entiende porque no la ha posado en el suelo y le parece un tanto sospechosa por sus formas pero con astucia ha preferido ir con tiento para no asustarles.

La niña, que sujeta en su mano derecha la caja le devuelve una sonrisa aunque tímidamente, el temor que la atenazaba hace un instante parece disolverse al enlazar la pregunta en su interior con el mensaje que le manifiesto la bruja del mercado: “usted mijita acarreara la caja y más tarde tendrá que mostrarla, pero no tenga miedo, será porque llego el tiempo de enseñar, a todos los que quieran mirar, el secreto que oculta la caja…” Chena soltando una pequeña risita, al recuerdo de las palabras, tiende la caja a la mujer diciéndole que contiene un tesoro. Pero la mujer, al abrirla y comprobar que está llena de comida envuelta en papel pringado de aceite, solo se molesta en mirar removiendo un poco por encima y se la devuelve a la pequeña mirándola con cierto aire de enojo, frotándose las manos, como si quisiera limpiárselas sin sopesar siquiera por un momento de que su peso es excesivo para lo que contiene. Y algo enfadada le espeta a la pequeña que si a ella le parece un tesoro una comida asquerosa y grasienta a lo mejor ella es una niña muy poco inteligente al no saber distinguir entre una cosa u otra.

En ese mismo instante, se abre la puerta de la oficina y por ella asoman sus padres que salen con caras lastimeras, se dirigen a sus hijos y estos corren a su encuentro. Después de unos arrumacos, sin dar importancia a lo ocurrido, el matrimonio cierra sus maletas con cierta rapidez, pero sin apresurarse, ambos se aseguran con una disimulada mirada de que la caja está en manos de la niña y es entonces cuando uno de los agentes entrega en mano los pasaportes al padre pronunciando unas palabras maravillosas para sus oídos- “buen viaje”. Según emprenden el movimiento toda la familia hacia el pasillo que da salida al muelle y donde les esperan el resto de familiares, uno de los hombres se percata de que la niña más pequeña del grupo porta una caja de latón.

-¿Y la caja que lleva esa chiquita, la revisó usted?

-Sí, solo contiene comida. El caso es que al examinar en su interior, lo único que he conseguido es ensuciar mis manos de grasa, estaba toda la comida manchada de aceite. La niña no me ha avisado ¡niña estúpida!… Si me disculpan, voy a ver si me puedo limpiar.

Los dos agentes se quedan mirando cómo la familia carga maletas y bultos y como se dirigen por el pasillo hacia la puerta de entrada al embarque que da paso al muelle. Uno y otro, internamente, tienen la ligera impresión de que tanto el hombre como su esposa, son algo más inteligentes de lo que han mostrado ser mientras les intimidaban, no daban la impresión de estar apocados ante su discurso, más bien ambos tienen una sensación certera de haber caído en una maniobra muy estudiada y de que en realidad los dos emigrantes han sido quienes les han dirigido y que de alguna manera han sido los que en todo momento dominaban la situación. Al desaparecer todos ellos de su vista, vuelven a posar su mirada sobre una hoja de papel que obra en las manos de uno de ellos, a la vez que al sujeto se le oye decir con ironía: ¡Hala, vamos a por los siguientes de la lista!