En una habitación contigua a la de las niñas se halla el padre acostado y, a su lado compartiendo cama, su mujer. El hombre se encuentra desvelado porque él también ha escuchado ruidos, al igual que su hija pequeña, pero los que él ha oído han sido traídos hasta su estancia por la tremenda algarabía que las chiquillas han provocado, hace un momento, con su alterada y excitada charla. Marido y mujer, tumbados en su lecho, ambos permanecen con los ojos muy abiertos. La esposa descansa sobre su lado izquierdo reposando su cabeza encima de la almohada y mirando hacia la pared que tiene de frente, en donde se puede ver como la luz de una luna llena entra por la ventana, aunque ella ni siquiera contempla esa hermosa estampa porque su mente se pierde ensimismada en sus pensamientos. A la vez, su esposo acostado boca arriba descansa su cabeza sobre sus manos entrelazadas; tiene la vista fija en el techo mientras su mente parece meditar algún plan, como si estuviera repasando minuciosamente alguna lista o unos pasos a seguir. Los dos permanecen quietos, en silencio, contemplando sus pensamientos, completamente despabilados; en sus cabezas hay un sinfín de preocupaciones y al poco rato, la madre inicia una conversación con un razonamiento que más bien parece un lamento.
-¡Pobres hijos…! Durante la tarde no sé si he actuado correctamente al explicarles ciertas historias que no creo que todavía sus mentes infantiles puedan entender.
-Bueno mujer, no le des importancia. Cuando he ido a darles las buenas noches a las niñas, éstas me han parecido tranquilas, aunque tristes, pero es lo normal. En cuanto al pequeño, aún no tiene conciencia de lo que escucha. Mañana todo cambiara para ellos y al subir al barco, un nuevo mundo se abrirá ante sus ojos. Veras que los tres, junto a sus primos, estarán tan entretenidos por descubrir y ver todo lo que les rodea, que pronto se olvidarán de cuanto dejan aquí. Van a encontrarse con experiencias que les enseñarán que lo importante en esta vida son las personas y no las cosas que poseemos.
-Quizás sea como dices. Lo que ocurre, es que yo también estoy muy nerviosa
-Lo estas por la visita de esos dos hombres en la mañana y porque le estas dando demasiadas vueltas a lo de pasar por la aduana… ¡Es por eso! Pero por esos dos tipos no te alarmes, a veces, el proceder de algunas instituciones públicas parecen mas de grupos mafiosos que de comportamientos propios de países democráticos.
-¡Sí, la verdad! La visita de esos dos hombres me ha puesto algo alterada; si hasta he discutido con mis hermanas, menuda trifulca se ha montado en cuanto se han marchado. Mis hermanas han venido en mi búsqueda a gritarme. Entiendo que cuando personas con un rango policial sueltan amenazas no son para tomarlas a broma, eso pone nervioso a cualquiera. Pero no paro de darle vueltas a lo que puede sobrevenirnos en la aduana si somos descubiertos. Además, me intranquiliza un montón lo que pueden hacer los niños en el trayecto hasta embarcar; no estoy convencida de que utilizar a los niños para llevar la caja sea un plan perfecto.
-¡Tranquila! En primer lugar, no tengas ningún miedo por las amenazas de esos dos tipos, ni tampoco lo tengas a lo que pueda pasar en la aduana. Y de segundas, en cuanto a la caja, ¡por eso no te preocupes mi amor!; nadie se dará cuenta, nada levantará sospechas. Créeme, por su apariencia, esa caja de latón engaña, aunque miren en el interior de la misma nada podrán ver.
-¡Tal vez! En realidad, no, no es solo por la dichosa caja, que no digo que no me inquiete. También es por el dinero que yo tengo que llevar escondido en mi ropa, me da cierto pudor que acaben registrándome.
-Aquieta tus preocupaciones, tranquila mujer. -Girándose el marido hacia su esposa, pegándose a su espalda, la rodea con su brazo derecho apretándola hacia él.- Sé lo que me hago, créeme, es mejor hacerlo de este modo y estando los dos juntos nada ocurrirá
-Pero… ¿A ti no te parece un poco arriesgado?
-Mientras solo lo sepamos tú y yo, nada puede pasar; solo hay que tener cuidado y vigilar insistentemente qué hacen los niños con la caja.
-Pero has escrito una carta…y si la interceptaran ¿Podrían conocer nuestras intenciones?
-¡Por Dios mujer! No creo que la intercepten, eso es demasiado novelesco. Chile es un país donde existe la libertad de expresión, dudo que se dediquen a intervenir ningún correo. -Vuelve cariñosamente a apretarla entre sus brazos, la besa el hombro tiernamente, explicándole que por suerte para ellos, en esta vida es más previsible acertar pensando mal del prójimo, que atinar por pensar bien de todo el mundo.
-La naturaleza humana ante el dinero, actúa y reacciona de un modo muy irreflexivo y a la vez ambicioso. Por lo general, de ocurrir algo al paso por la aduana, es de esperar que la honradez de algunas personas brille por su ausencia, empujando casi siempre a cualquier individuo, por muy importante que sea su cargo, a no hacer lo correcto si ve que con ello puede obtener un beneficio monetario fácilmente, prácticamente, por no hacer nada. Pero, por si acaso, guardar siempre un as en la manga da mayor seguridad de éxito. Créeme mujer, todo saldrá como lo hemos previsto.
-No pongo en duda nada de lo que dices, además, tu seguridad es lo que me empuja a llevar a cabo tu astuta argucia para pasar nuestros ahorros por la ¡maldita! aduana.
-Duerme, nada tienes que temer. Ocurrirá todo lo que hemos previsto que va a suceder. ¡Créeme! Tu solo vigila qué hacen los niños con la caja…
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En el crepúsculo matutino, al levantar la mañana con las primeras luces del alba, a las siete de la madrugada, se escuchan resonar por todas las estancias de la casa las escalonadas vibraciones de varios despertadores, a cada cual con un tono distinto. Y algunos de los familiares comienzan a deambular por el hogar, dirigiéndose todos a donde se halla la cocina para prepararse el desayuno. Van encontrándose unos y otros frente a frente; aún así, las primeras palabras que pronuncian al encontrarse las miradas de algunos de ellos se ahogan en sus gargantas, porque siempre son difíciles las despedidas, y más como la de hoy, que conlleva un gran cambio para todos.
-¡Despierta! ¡Despierta, hija mía! – Decía la madre meneando a Chena.
-Ya te lo he dicho mama, se pasa toda la noche hablando y luego, así ocurre, que no hay quien la espabile. La tienes que castigar para que aprenda.
-¡Esta hija mía…! – y sigue la madre zarandeándola.
-¡Mira, ya se despierta! ¡Regáñala! – Dice la hermana con malicia.
-Venga, hija, levanta y vístete.
-Pero… ¿no puedo seguir durmiendo un poco más? Tengo mucho sueño.-Dice la pequeña acurrucándose entre las sabanas y sin poder abrir los ojos.
-¡No! Date prisa, que nos esperan para llevarnos a la estación y es mejor llegar allí con tiempo. Venga, vístete y no te entretengas.
-¿Pero mama, no la vas a reñir?… Por culpa de ella vamos a llegar tarde, los tíos y primos ya se han ido a la estación ¡mama! y nosotros todavía estamos aquí, y todo porque Chena es una niña bobalicona. –Dice la hija mayor a la madre mientras salen de la habitación; y lo va haciendo con aire de contrariedad, al ver que, en vez de reprender a su pequeña hermana, su madre lo que ha hecho, hace un momento, es tratarla con mimos.
La pequeña, sin decir nada, bostezando y estirando sus brazos se incorpora, quedándose sentada encima de la cama con los pies colgando. Su media melena de color miel está toda ella revuelta y sus grandes ojos color caoba están llenos de legañas, tantas, que a la chiquilla, por un momento, se le hace difícil despegar sus párpados. Chena, con sus pequeñas manos, se restriega los ojos pretendiendo poder abrirlos y, al poco, frotando con fuerza, borrosamente consigue ver lo que tiene ante sí. Frente a ella hay una silla, sobre la cual se ve, abierta y extendida, colgando del respaldo, una pequeña blusa blanca; además, encima del asiento se aprecia que por fuera de la blusa asoma en un costado la tela de una falda de tablas de cuadros verdes oscuros y, doblado sobre el asiento, reposa también su suéter, algo ya gastado, de lana de color rojo. En el suelo, en medio de las patas de la silla, están también sus prodigados zapatos marrones de cordones que relucen recién embetunados y lustrados, en cuyo interior se aprecian unos calcetines blancos. La cría se queda quieta un rato, como dormida, con expresión de ceño arrugado tratando de centrarse en lo que tiene que hacer, y es que, en realidad, su mente parece que comenzara a darse cuenta, en ese instante, donde se encuentra. De un salto se posa en el suelo, luego comienza a quitarse el pijama y se pone su ropa interior que su madre le ha dejado sobre la cama. Así, lentamente, después de colocarse su combinación blanca de algodón rematada con una pequeña puntilla de encaje, torpemente, la criatura se viste concluyendo finalmente con la colocación de su calzado.
-“Dos orejitas… de un conejito… se cruzan jugando y ya se ató”. – Repetía la niña cantando, mientras anudaba los cordones de sus zapatos.
Después, Chena, sin perder tiempo, sale corriendo hacia el cuarto de baño; se lava la cara y las manos con algo de prisa, sin tocar jabón, apenas se seca y, sin tardar, se presenta en la cocina que está llena de familiares esperándola. Una de sus tías al verla con el pelo todo revuelto sale en busca de un cepillo de pelo y en un instante la peina su cabello enredado haciéndole una alta coleta.
-Venga, desayuna. – Le dice su madre, acercándole un vaso de leche con unas galletas a la vez que todos los que se encuentran en la cocina la miran con aire de ternura.
Pero, en ese mismo momento, Chena siente un golpe en su estomago, como si fuera a vomitar, y dice que no quiere tomar nada. Así, sin más preámbulos, sin dar tiempo a una respuesta, empiezan los abrazos, los besos y las despedidas. Al término de tanto arrumaco, la abuela, dirigiéndose a la chiquilla le hace entrega de una caja. Una caja de latón, con forma ovalada, con cierre y un asidero en la tapa, mientras le apunta con suma claridad que la caja contiene en su interior comida, por si acaso en el camino, a ella o a sus hermanos y primos, les entra el hambre. Asimismo, con la certeza de que la niña la obedecerá, le avisa de que no se la ocurra perderla de vista y, por ello, no la suelte en ningún momento,- ¡Cuídala Chenita, imagínate que la tienes pegada a tu mano, como si formara parte de ti! Finalmente, con voz cariñosa y acariciándole la mejilla izquierda, le dice como susurrando, que en la caja también ha metido unas tortas de hoja que a ella tanto le gustan, a lo que la niña responde con su sonrisa picarona que la hace cerrar un poco los ojos. Después de ese momento, que ha producido un profundo silencio ante la mirada atenta de todo el clan familiar, salen todos de la cocina, como en una procesión. Bajan las escaleras, cruzan un patio y llegan al portón de madera que da entrada a la casa. La pequeña, en ese instante, mira con curiosidad a su padre y madre pues acaba de escuchar como respiran sus padres, a ella, el ruido que hacen al inspirar le parece que ambos estuvieran absorbiendo el aire a bocanadas.
Al salir a la calle se puede ver un automóvil de color negro; al lado del mismo, de pié, recostado sobre el capo del vehículo, un hombre no muy alto les espera y con un gesto, levantando la gorra que lleva puesta en su cabeza, saluda. Todos, de repente, nerviosamente quieren ayudar a cargar las maletas y unos pequeños bultos que se meten en el maletero. Unos últimos besos y los niños entran junto con su madre para sentarse en la parte trasera del auto. El padre se introduce en el asiento de delante, al lado del conductor, mientras éste se dispone a arrancar el motor y así poner en marcha su taxi. Según se van alejando, miran todos los ocupantes del coche hacia atrás y alcanzan a ver un mar de pañuelos que se mueven como blancas olas diciendo: ¡Adiós!
El chofer del automóvil, que acababa de volver de dejar a otros integrantes de la misma familia en la estación de trenes, entiende por lo que están pasando todos ellos y debido a sus muchos años de experiencia llevando a personas de un lado para otro, ha adquirido la capacidad para advertir en las caras de la gente las preocupaciones, además de los sentimientos. Conoce a toda la gran familia por otras amistades, incluso ha tenido tratos casuales con ellos; él mismo siente la presencia de la amarga tristeza en el interior de su taxi y para romper el silencio la experiencia le ha enseñado que nada mejor que dar un poco de conversación; de este modo el hombre comienza a dar charla. Primero habla del tiempo:
-Hoy parece que viene un buen día. No tiene ninguna pinta de que vaya a llover. Aunque la fría humedad que viene de la costa es a veces un poco traicionera. Yo me he fiado de que va a hacer buen tiempo y por eso no me he puesto ninguna chaqueta.
Al ver que su copiloto ni le escucha, advirtiendo por el retrovisor que todos sus pasajeros traseros miran con mucha atención por las ventanillas, como si quisieran retratar las imágenes que por sus ojos pasan, al fijarse que ninguno de ellos presta oídos a sus palabras, el conductor cambia su cháchara:
-Que linda es esta tierra ¿verdad? Yo no conozco España, pero estoy seguro que Chile la gana por sus contrastes. No existe otro lugar igual. Tenemos una cordillera coronada de volcanes. Una tierra que empieza con desiertos, la siguen pampas, lagos y valles, para acabar en la Tierra de fuego. Por no hablar de nuestro subsuelo y de sus riquezas.
En un momento, sin saber cómo ni por qué, el hombre que pilota el automóvil, tranquilamente, da un giro a su plática desviando su razonamiento para comenzar una proclama como si de un discurso se tratara, con una modulación alta y que al hilo de lo que va diciendo cada vez suena más, en sus palabras, a enfado…
-¡Esas malditas multinacionales estadounidenses!… son como alimañas. Vienen a nuestro país a robarnos. Nada tienen que ver con los pobres emigrantes como ustedes, que llegan a estas tierras huyendo a saber de qué y para ganarse un poco de dinero, como todos los emigrantes, para labrarse un futuro aquí o donde les dejen vivir en paz. Esas compañías, digo, están arrasando con todas nuestras riquezas. Con su poder y dinero están comprando a los políticos que se dejan sobornar, ¡corruptos!, y aunque ustedes no lo crean, ellas son las que dirigen este país en la sombra… Y luego quieren que vivamos como ellos, ¿americanos? …esos barrios que construyen para sus trabajadores…Y ¿qué hacen el resto de nuestros políticos?, esos sí que son unos… ¡cobardes!… ¡miserables!… ¿Es que no ven la pobreza, la situación tan precaria y la marginación en la que viven muchos compatriotas chilenos? Hay chilenos que tienen hambre, un hambre “que no se ve”, que no se siente, viviendo en una peligrosa miseria, solapada y que a muchos no preocupa. Quien crea que estoy exagerando se equivoca. Saben: “Para comerse un kilo de carne, el obrero de los Estados Unidos sólo tiene que laborar durante 20 minutos; 215 minutos: el chileno, 11 horas y 7 minutos, esto es, ¡más de un día de trabajo!” Todo lo que se haga por mejorar la vida de los ciudadanos chilenos es poco. Las consecuencias de hacer mala política las pagamos el pueblo; eso es, todo sube y como la gente no gana en pesos lo que necesita para luego comer, para vivir dignamente, viene lo de siempre, el círculo vicioso que se cierra sobre los trabajadores como una tenaza que nos asfixia, que no nos deja subsistir, sin recursos para vivir, y así el problema para cualquier ser humano resulta todavía más dramático, porque nadie puede sentirse bien viviendo en las condiciones que maquina la pobreza. Pero aquí somos muchos los que rechazamos las políticas de este gobierno y no nos van a callar, pese a que los poderosos, junto con las fuerzas armadas, ya les gustaría taparnos la boca o arrancarnos la lengua, ellos siempre desean prohibir la libertad de los ciudadanos para protestar. Es por eso que lo que en este país se necesita es que un día se produzca una coalición socialista con los comunistas y que el sector progresista de la clase media, de una vez por todas, los apoye. Hay un político que ama la verdad, sabe del sufrimiento de las mayorías, entiende de los problemas que empobrecen al pueblo chileno… ¿Sabe de quién le hablo? –Insta el hombre al padre, aunque no espera a la respuesta. El senador, ese, ese que se ha presentado tres veces a la presidencia, ¡es un luchador!.. Estoy seguro que a la cuarta, va la vencida. ¡Sí! Porque ese hombre defiende nuestros derechos. Al menos, yo, pienso votarle; para eso me he inscrito, para votarle y el veredicto de las urnas le dará la victoria. Y será un valiente, porque lo dice su propia persona.
-Si no le importa, compadrito, preferiría no hablar de política – Dice el padre educadamente, cortando así el discurso del chofer; añadiendo que ahora tiene otros problemas que para él son mucho más importantes y mientras pronuncia estas palabras gira la cabeza hacia la parte trasera del automóvil para mirar de reojo a su mujer, enviándole con un gesto lo que parece un amago de sonrisa.
Entonces vuelve el silencio a viajar con todos ellos. El infante gracioso, de ojos vivarachos y pelo moreno, juega con un caballito de plástico que mueve entre sus manos y, tranquilamente, va sentado sobre las piernas de la madre. En cambio, la mujer esta como ausente, su mirada se pierde más allá de donde se encuentra, abstraída en sus propios pensamientos. Chena, que ha estado fijamente mirando la nuca del conductor mientras prestaba oídos a lo que decía el hombre con su extensa charla; con la caja sobre sus piernas y bien sujeta por sus manos, se une a su hermana para hacer lo mismo que ella hace, mirar a su izquierda por la ventanilla divisando el paisaje, el distante e inaccesible, el único que ahora reconoce, las cumbres nevadas de las altas montañas.
-Pues ya casi estamos – Dice el conductor del vehículo mirando a su copiloto al ver que les queda poco para llegar a la estación de trenes.
-Ya queda un trecho menos para que cojan el barco. Pues miren, les envidio, es un gran viaje el que ustedes van a hacer. Yo siempre he tenido el deseo de conocer mundo, pero nunca he salido de aquí. A lo más lejos que he llegado es a la costa, a Valparaíso, para bañarme en las playas y todas esas cosas que se hacen en las vacaciones.
-Créame compadre, viajar como emigrante no es un placer, aunque a todo hay que sacarle partido y tenemos que ver el viaje como una experiencia más en nuestras vidas. – Contesta el padre.
-Nos han hablado muy bien del barco que vamos a coger. Es un transatlántico que hace la ruta de Génova a Nueva York. – Comenta la madre entrando en la conversación y añade. -Además, el barco de vuelta a Italia no solo atraca en el muelle para subir a bordo a los que nos vamos de Chile a España, otros pasajeros serán recogidos en otros puertos. No todos los viajeros son emigrantes como nosotros, también hay personas que cruzan al continente europeo por otros motivos, quizás, como usted dice, tan solo por el gusto de viajar
-Y nos han dicho que el barco tiene una sala de juegos para los niños y también una piscina. – Dice la hija mayor, que se siente más madura que sus dos hermanos y reclama que sus padres, en las conversaciones, se den cuenta.
-¡Hala! ¡Una sala de juegos! – Suena la voz del niño pequeño, a la vez que pone cara de asombro.
Mientras, Chena, metida en sus propias reflexiones, mira la caja; a ella siempre le ha parecido un joyero un poco grande aunque es, exactamente, lo que ella pensó que era al verla por primera vez. La caja ovalada de tamaño hermoso, tiene unas estrellitas perforadas en la tapa y unos relieves en forma de flores rodeando el pie de la base, su pátina es de un tono como de bronce menos las estrellas y las flores que lucen con una tonalidad en color plata. Le contaron, tiempo atrás, que la habían comprado en una tienda de empeño y que la adjetivaron como valiosa, aunque para el tendero no era más que una simple lata con asa para guardar o transportar comida, impropia para un trabajador que quisiera llevar su almuerzo metido en ella, algo grande y cuyo exterior es de un objeto en apariencia demasiado femenino en su aspecto, algo infantil y de leve valor.