1 día antes de embarcar 1968
Afrontando el día siguiente después de la jubilosa reunión familiar, muy de mañana, todos los habitantes de la casa vuelven a su acostumbrada rutina. Las cosas que quedaron tiradas y esparcidas por el jardín de la vivienda tras la fiesta en la que familiares y amigos gozaron hasta altas horas de la noche han desaparecido, quedando todo el recinto prácticamente limpio e impecable, recobrando su aspecto normal. La paz y el sonido habitual vuelven a ocupar su espacio por todas las estancias del hogar y lentamente, retoman sus dueños sus hábitos con automatismo. Hoy acompaña la tristeza a los semblantes de los que se van y también a la de los que se quedan; van pasando las horas del día entre sonrisas con gargantas ahogadas con la pena de la pronta partida y que motiva, al encuentro de algunas miradas, entristecidos silencios.
Así, las horas transcurren pasando lentamente el día que va rebasando la tarde y, antes de la llegada de la noche la madre, junto con la niña y sus otros dos hijos, se encuentra en el salón del hogar preparando las maletas. La mujer permanece callada mientras escucha a sus retoños demandar con súplicas que meta algunas de sus cosas en las maletas. A la madre le está resultando difícil dar explicaciones a sus criaturas; como persona adulta que entiende las emociones de un niño, no sabe qué hacer ni qué decir al ver lo que han sentido sus chiquillos cuando, de repente, todas sus pertenencias se han vuelto al punto irreemplazable al comunicarles que deben dejarlas en la casa. Ella, como persona mayor que sabe lo que es el dolor infantil, se interpela constantemente para sus adentros: – ¿Cómo puedo mitigar el dolor a mis niños? Ellos acaban de saber de forma forzosa por boca de su madre que se van para nunca más volver y que ni uno de sus juguetes, ni una de todas sus cosas, podrán ser metidas en ninguna maleta.
-¡No veis que no hay sitio! –Dice la madre a sus hijos. Solo meteré lo imprescindible. El viaje será muy largo y entre coches, trenes y barco estaremos algo más de un mes deambulando. Así que lo importante es meter los artículos de limpieza para nuestra higiene y mudas para cambiarnos, pero poco más puedo meter.
-¡Caramba mama! En la otra maleta puedes meter nuestras cosas. – Dice la hija mayor que sostiene en sus manos algunos de sus vestidos.
-¡No! La otra maleta también esta llena y me falta por meter algunas fotografías y algunos recuerdos. Además, ya os lo he dicho antes, tenéis que dejar todas vuestras cosas aquí. No lo hagáis más difícil.
La madre, cuyos años le dan la suficiente capacidad para presentir lo que está a punto de ocurrir, se prepara para lo que, inevitablemente, ella sabe que, por fuerza, tarde o temprano debe suceder. Tiene a sus tres hijos a su alrededor: una hija mayor bastante sensata, la hija la mediana que a veces es una inconsciente y un chico que es aún muy pequeño para entender nada; los tres niños están muy nerviosos. No es extraño, desde hace unos días para ellos todo el ambiente que les rodea les avisa de un cambio que no solo les inquieta, sino que les pone ante un mundo incierto y diferente.
Chena, en un arranque de furia, se acerca a la maleta abierta que está sobre una mesa y con arrebato saca las ropas que sobresalen de ella tirándolas al suelo mientras coloca sus muñecas en el interior de la misma.
-¡Pues quita esto, y esto también! – dice gritando.
La madre engancha a su pequeña hija del brazo; no está dispuesta a aguantar ninguna rabieta porque ella también se encuentra algo cansada y preocupada ante el nuevo rumbo que toman sus vidas. Mientras, sus hermanos con los brazos llenos de ropas y objetos al observar la escena no pueden contener su pena e irrumpen a lloran entre quejas.
-¡Vete a tu cuarto y hasta que no te calmes no salgas!
Entonces, la niña la grita diciéndole – Pero lo tuyo si te lo llevas. ¿Verdad?-y airadamente la llama… -¡Ladrona! ¡Eres una ladrona! La madre se aparta de ella echándose las manos a la cabeza.
-¿Pero qué estás diciendo? ¿De dónde salen esas ideas?
Y mira la madre a su hija, atónita, esperando que le dé una respuesta…
Aproximadamente, sobre las doce horas del mediodía, mucho antes de que la niña pronunciara tan duras palabras, se presentaron en la botillería dos hombres. Estas dos personas vestían trajes de chaqueta de tonos uniformes y oscuros, también cubrían sus cabezas con sendos elegantes sombreros de color marrón; ambos desprendían un olor muy fuerte, como a tabaco de pipa mezclado con un varonil aroma de perfume. Entraron autoritariamente, accediendo de la calle a la lonja y con caras muy serias se situaron frente al mostrador. La niña en ese momento estaba sentada sobre una caja mirando a sus tías como despachaban. Sus tías, cuando no tienen gente, la cuentan historias y otras veces la enseñan a cantar canciones e incluso a bailarlas, algo que a ella la encanta. Pero en cuanto entraron esos dos individuos la niña que no podía verlos notó que sus tías se incomodaban ante la inoportuna presencia de alguien; así que con su innata curiosidad la chiquilla se subió sobre la caja en la que estaba sentada y pudo ver, en un instante muy rápido, cómo los hombres después de saludar ambos con un movimiento de sus sombreros uno de ellos enseñaba su cartera. Al mismo tiempo escucho en boca del hombre que había mostrado su cartera pronunciar los nombres de su padre y de su madre preguntando por ellos y luego, después de algunas palabras que apenas entendió, el mismo individuo con rostro muy serio enuncio lo que más bien parecían amenazas mientras que su otro compañero permanecía completamente callado:
-Espero que lo entiendan y lo tengan muy presente. No podrán irse de Chile sin antes arreglar las cuentas con el fisco. Son conscientes, y si no lo son se lo señalo, manifiestamente, de que está penado sacar dinero del país; se contempla como delito de robo y evasión de divisas, si son pillados en la aduana sacando dinero serán juzgados como ladrones, quedan advertidos. Si ustedes no quieren problemas, es mejor que tengan en cuenta lo que les he dicho. Más les vale porque de no ser así, asuman por seguro que ésta no será la última vez que Uds. nos vuelvan a ver. No lo olviden ¡ah! Y tengan Uds. un buen día.
Nada más salir los hombres a la calle, inmediatamente, una de sus tías toda nerviosa salió apresuradamente en busca de su madre y pocos minutos más tarde su madre, hablando con sus hermanas, se enfada y se monta una escandalera con gritos y quejas. Todas ellas dan la imagen de personas disgustadas; su madre chillaba muy enfadada y decía que antes muerta, que permitir que le quiten su dinero. Sus tías mencionaban algo sobre una lista negra. Sus hermanas reclamaban, con un montón de reproches, que los que se quedan tendrán que dar la cara y responder por ellos… esa misma tarde, la niña vio como su madre cosía bolsillos internos en su ropa íntima y como metía en ellos un montón de dinero.
Sigue mirando la madre a su hija, muy sorprendida, esperando una respuesta.
-Los hombres de esta mañana dijeron que no nos van a dejar marchar con el dinero, y yo he visto como tú lo escondes.- Dice la niña, con voz apesadumbrada y mostrando arrepentimiento.
La mujer, mirando a sus tres hijos, se sienta en una silla. El cabello de la madre, bruno y rizado esta despeinado, en su cara angulosa destaca unos ojos negros muy vivos. Es una mujer aún en apariencia joven y bella; mas a la vista, en este momento, da la sensación de arrastrar una pesada carga, se la ve cansada, y con una voz ligeramente apagada, empieza a relatar a sus niños una historia que para ellos no es desconocida, pues menciona la vida de toda su familia y que en ocasiones han oído algunos fragmentos referir. Es una existencia que habla de hambre en la posguerra, de emigración de un pueblo a una ciudad, de bajar la cabeza para callar, de desvelos, de lucha y de deseos por prosperar sin más, una como otras tantas de esas historias de subsistencias que retratan las novelas sobre las tribulaciones humanas.
-Somos emigrantes, volvemos repatriados a España, es decir, el gobierno Español paga parte de nuestro regreso porque se supone que no tenemos nada. No podemos sacar nuestro dinero de Chile si antes no hacemos ciertos pagos al gobierno, eso nos han dicho; aunque, ¡Sabe dios!, los sacrificios que hemos tenido que hacer trabajando duramente para ganarlo sin aprovecharnos de nadie y sin que este país nos haya dado nada más que el permiso de residencia porque, todo lo demás, lo hemos pagado y con creces. Aunque la hospitalidad de este país con los emigrantes es de agradecer, todo el dinero que poseemos se lo debemos a nuestras manos y a nuestros muchos sacrificios. La única manera de sacarlo del país, es escondido en mi ropa intima; si alguien se entera o a mí, al pasar por la aduana, me detienen para registrarme podrían enviarme a la cárcel, y vosotros no queréis que eso ocurra, ¿verdad? En España, con ese dinero, podremos empezar a construirnos un nuevo futuro y vosotros volveréis a tener juguetes y un montón de vestidos.
Los tres niños permanecen en silencio, en sus caras y en sus ojos se adivina lo que para ellos representa el miedo, y las cosas que sujetan entre sus brazos, de pronto, tan rápido como al emitir su madre un suspiro de lamento, han dejado todas ellas de ser valiosas.
-¡Tenéis que prometerlo! Debéis estar callados y no se lo contéis a nadie. Es nuestro secreto.-Dice la madre con voz muy baja añadiendo: pero si pasa lo que no esperamos, vosotros debéis de continuar con el viaje junto a vuestro padre, porque en España os esperan.
Ya en su cuarto, tumbadas en la cama, le dice la niña a su hermana que tiene mucho miedo, que no se quiere marchar, y abraza llorando con fuerza su muñeca preferida y así permanece un dilatado, largo e intenso rato. Por su cabeza pasan una y otra vez las palabras dichas por su madre a la vez que por culpa de su egoísmo infantil poco a poco la empiezan a invadir otros pensamientos.
-¡Sabes! – Dice la niña interrumpiendo con su voz el silencio de la habitación. Todo lo que es nuestro, se lo van a dar a otras niñas. Seguro que se lo dan a esa chiquita ¡Sí! Esa…esa cría que tiene la cara sucia y ropas viejas ¿Sabes de quien te hablo? Esa, a la que mamá la baña y le regala alguno de nuestros vestidos para que se lo ponga y que después, siempre la da de comer. El otro día se lo conté a la monja que nos cuida en el recreo y me dijo que eso se llama hacer un acto de benef… benefi… ¡Bueno! lo llamó caridad, y me dijo que se hace cuando las personas sienten compasión. Yo no sé qué significa la palabra compasión, pero me callé ante sor Recreo para hacerme la lista.
Su hermana, que también solloza, con voz enfadada le dice que se calle, que es una inoportuna, que siempre está en todas partes. Está convencida que si ella se hubiera estado callada, algunas de sus pertenencias estarían dentro de una de esas maletas.
La pequeña siente que las dos tienen la misma tristeza, saltando de su lecho se mete en la cama de su hermana, se acurruca pegándose a la espalda de ella buscando su calor, ambas tiemblan por el dolor y el miedo y luego, muy despacito, muy lentamente, la niña va pasando su mano rodeando el cuerpo de su hermana y termina por abrazarla.
Ya es de noche, pero aun se oyen ruidos en la vivienda. Pasos que van y vienen. Las niñas escuchan abrir la puerta de su habitación y al poner la vista en ella se distingue, con la luz que entra de fuera, la figura del padre que pregunta si están dormidas.
-¡Yo no! – Dice la niña.
El padre entra en la habitación, sentándose en la cama junto a ellas y con voz que se entona para contar un cuento se le escucha decir…
-Sabéis hijas mías, mañana a esta misma hora dormiréis dentro de la tripa de un gigante de acero y al día siguiente al despertar viajareis con ese gigante viviendo nuevas y grandes emociones. Decidme, ¿No vale la pena?… Y con la gran aventura que os espera aprenderéis, que lo más importante que los seres humanos podemos llevarnos consigo viajando por el mundo, es nuestra propia persona y todos nuestros recuerdos, que para llevarlos no se necesitan maletas. Poseéis lo más sustancial, algo que otros niños no tienen: salud, amor e inteligencia; eso os vasta por el momento para ser felices, dejad que vuestra madre y yo nos preocupemos, es nuestra obligación; la vuestra es crecer, jugar y aprender a vivir que, por si no lo sabéis, es una difícil y ardua tarea. Dormid tranquilas princesas y no dejéis que la tristeza invada vuestro castillo; mañana, con solo un hatillo partiréis para conquistar y ver el mundo; caminando, entendiendo y sintiendo con vuestro propio corazón.
Expresadas estas palabras luego de arroparlas el padre, deposita un beso en la mejilla de cada una de sus hijas, al salir de la habitación apagando la luz cierra la puerta y el cansancio entra por fin en los cuerpos de las niñas convirtiéndose así en sueño y el sueño serena su pena.
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A altas horas de la noche, bajo un mutismo nocturno, se produce en la casa un estrepitoso ruido al que le siguen otros más pequeños, como de objetos que se rompen contra el suelo. Algunos de esos estallidos suenan a cristales rotos pero otros producen un sonido como líquidos que se derraman.
La niña se despierta sobresaltada, ve que a pesar del tremendo estruendo que se ha oído su hermana sigue dormida. La pequeña, que se cree una heroína de cuentos de princesas, se levanta intrigada por saber qué es lo que está pasando. Porque, aunque es miedosa, su curiosidad siempre la empuja a no tener precaución ni prudencia. Más de una vez su abuela le ha dicho que debe ser un poco más juiciosa, que la falta de cautela acaba metiendo a las niñas fisgonas en todo tipo de líos y que eso le puede traer muchos problemas.
Al seguir escuchando ruidos la niña abre con mucha cautela la puerta de su cuarto. Asomando su cabeza mira a los dos lados y a su derecha divisa una luz tenue al final del largo pasillo que sale de la alacena, que a su vez es la cocina. Se queda quieta mirando y así permanece un corto espacio de tiempo, en un momento movida por su afán de aventuras decide salir para dirigirse hacia el lugar del cual proceden la luz y los sonidos. Recorre el pasillo descalza y, lo hace andando de puntillas, según va acercándose, pasito a pasito, escucha una voz en susurros que sale de la alacena y que repite constantemente un extraño estribillo… ¡Debo protegerla! ¡Debo protegerla! ¡Debo protegerla!… Entonces se asusta, pero sigue avanzando con sus pequeños pies descalzos pensando que el suelo está muy frio aunque en realidad lo que siente la pequeña es un intenso escalofrió recorriéndole todo su cuerpo. Por fin, llega a la entrada que da paso al habitáculo donde se almacenan en estantes a ambos lados los víveres. Gira la cabeza, sin entrar, para mirar al interior. Todo está revuelto, se ven botellas rotas, cajas reventadas y fruta desparramada por el suelo. Al fondo, en la estancia que hace de cocina, divisa una silueta oscura y encorvada que sujeta algo entre sus manos. Parece que lo está palpando o manoseando mientras, concentrada en ese acto, se la oye decir una y otra vez “¡Debo protegerla! ¡Debo protegerla! ¡Debo protegerla!…” Del techo cuelga una pequeña bombilla encendida y la luz que entra de la calle por la ventana es ínfima por lo que se hace imperceptible ver bien que es o quién es ese ser. Al momento la figura entre las sombras alza la cabeza y la niña, fugazmente, consigue ver lo que tiene en sus manos: ¡Es un huevo blanco! Chena, al reparar que ha sido descubierta, con pavor, rauda, sale corriendo sin mirar si la sombra la persigue pero pensando aterrada que, esa oscura forma, es exactamente eso mismo lo que en ese instante está haciendo. Está muy asustada; entra cerrando de un golpe la puerta de su cuarto. Aterrorizada se esconde debajo de la cama y entonces le viene a la cabeza su hermana, que duerme tranquila sin tener conciencia de lo que está pasando. Sale para avisarla y de pronto se da de frente con el rostro ajado de una anciana toda ella vestida de negro que mirándola de una forma muy tierna la dice “Aquí está mi huevo”
-¡No… no, no, no!
-¿Qué te pasa? ¿Qué te pasa? –Dice la hermana mayor, agitando el cuerpo de su hermana chica que esta con los ojos muy abiertos y el cuerpo tenso bajo las sabanas.
-¿No la has visto?– Como si se hubiera despertado de un mal sueño pregunta la niña con voz atemorizada y mirando de un lado a otro, recorriendo con sus ojos toda la habitación. – ¿Tú no has escuchado el ruido? Ha sonado un fuerte disparo y luego como cosas que se rompían… como aquel día que entraron a robar y tuvo que venir la policía. ¿Te acuerdas?
-Yo no he oído nada, lo habrás oído en tus sueños, aunque más parecía que estuvieras teniendo una pesadilla, porque llevas un rato gritando y diciendo algo así como “Debo protegerla…debo protegerla”.
-¡Eso era lo que decía la bruja!
-¿Qué bruja?
-La bruja que estaba aquí hace un rato.
-¿Pero de que bruja hablas? Que lo has soñado todo. Además las brujas no existen.
-¿Entonces ha sido un sueño? Pero… las brujas si existen.
-No existen.
-Que sí existen, existen, yo siempre he visto una en el mercado. Y tú también la has tenido que ver. ¿Sabes de quien te hablo? De esa mujer vieja que vende plantas secas metidas en una carretilla que arrastra por toda la feria.
-¿La que se cuelga los collares hechos de patas de gallinas?
-Si, esa, la misma.
-Esa no es una bruja, es una curandera. Las plantas las usa para hacer brebajes que luego te los tienes que beber cuando te duele algo.
-Pues ayer, en el mercado, mientras mama compraba en un quiosco especias ella me hablo y para mí que es una bruja. Sabes se monto a mi lado un pequeño remolino levantando a su paso polvo y papeles. Entonces la bruja, que minutos antes se había puesto a decirme no se qué cosas en un idioma rarísimo, muy raro me dijo: “Mijita, eso son los molinillos del diablo, arrastran las cosas malas. ¡Ten cuidado que no te cojan y sobretodo pon atención, no confíes de algunas personas porque te van a desdeñar más que a querer! ¡Ten cuidado con los engañadores, no dejes que te arrastren hacia las cosas malas!…Y, yo, le dije que yo no soy mala, que siempre obedezco, que a las niñas obedientes siempre se las quiere y… ¿sabes que me dijo ella?
-¿Cómo lo voy saber si no estaba allí? ¡Eres tonta! Y las brujas no existen.
-No soy tonta y si existen las brujas. Y me dijo, ¡para que te chinches!, que pase lo que pase en el recorrido de mi viaje no tenga miedo, que yo tengo una sombra que me protege y que un día yo abriré una caja que en su interior guarda un tesoro que mostrara a todo el mundo la riqueza que custodia mi persona.
-¡Bah! Pues vaya tontería. Además, eso que te dijo la vieja no se entiende.
-Pues no es una tontería porque lo ha dicho una bruja y las brujas ven el futuro. Y sí, se entiende,… igual el barco en el que vamos a viajar llega a una isla y yo encuentro un cofre lleno de joyas, de monedas de oro, escondido, que fue enterrado por un pirata.
-¡Baht!… que tonterías dices. Pues yo, que no soy bruja, veo que mañana te van a regañar. Y para que lo sepas, las historias de piratas sepultando tesoros bajo tierra son solo cuentos.
-¿Por qué me van a reñir?
-¿Por qué no te vas a poder levantar de la cama del sueño que vas a tener? Venga, cállate ya de una vez y vamos a dormir, que estoy muy cansada. Y las brujas no existen.
El silencio, en un santiamén, volvió a ocupar su lugar junto a la luz de la luna que se filtraba por la ventana de la pequeña habitación, mientras la niña tapando su cabeza con las sabanas a modo de abrigo repetía en susurros “Sí, sí que existen las brujas…y también los piratas” “Sí, sí que existen”.