“Los barcos motorizados construidos tras la revolución industrial supusieron una espectacular mejora en velocidad y fiabilidad. Antes de la revolución industrial un barco necesitaba entre uno y dos meses para cruzar el Atlántico, pero ya los primeros barcos de vapor consiguieron hacer el mismo viaje en tan sólo 15 días. Estos modelos, además de velocidad, trajeron grandes mejoras en el pronóstico de los tiempos y duración de los viajes, pudiendo establecer de este modo servicios regulares entre los distintos puertos y continentes”. –Una voz alta y clara, la de la enfermera, lentamente va leyendo este párrafo. La mujer está sentada junto a su mesa de trabajo en el dispensario de la consulta del doctor de abordo, se la ve concentrada con lo que está leyendo en las páginas de una revista y así, continúa para sus adentros con la lectura. Lo que ella está analizando es un prólogo de un articulista, crítico literario, que en una revista de las que suelen tener para entretener a los pacientes en las esperas, el crítico, hace una lista de libros recomendados para la lectura, sobre todo, resaltando que su lectura puede venir muy bien para aquellos que por algún motivo van a iniciar un largo viaje.
La enfermera, que ya había leído el artículo en otra ocasión, piensa que por su trabajo ella es la indicada para leer ese tipo de libros, pues siempre va estar de viaje hasta que decida dejar su trabajo en el barco. Si ha vuelto a releer el texto es por su interés en tomar nota de la enumeración de libros que hace el comentarista literario. Uno de ellos ya lo consiguió adquirir, porque estando en una librería recordó que al leer el artículo le llamó la atención un titulo por la especial referencia que hacia el articulista sobre él. Se trataba de un libro escrito por Julio Verne “Una ciudad flotante” y, sin duda, la recomendación de su lectura y la introducción que hacia el crítico fue lo que en su momento la hizo comprar el libro. En cuanto tuvo tiempo al atracar en el puerto de Valparaíso se fue a caminar por la ciudad y paseando por una de sus calles lo vio en el escaparate de una librería de venta de libros de segunda mano. No se lo pensó, al ver su asequible precio, entró a comprarlo.
Una novela del escritor francés Julio Verne, aparecida de manera seriada en el “Journal des débats politiques et littéraires” y que ella había adquirido editada en dos pequeños tomos, en una primera y segunda parte, los cuales llevaban en su interior dibujos entre los párrafos, unas ilustraciones refinadísimas, unas en blanco y negro y otras en suaves y dulces colores. Así, sosteniendo en sus manos el tomo de la primera parte, la eficiente y romántica enfermera, acaricia y admira el dibujo de la portada, un negro y gran buque de vapor surcando las aguas de un mar de verde plata. Ella, abriendo el libro, no tiene ninguna duda, piensa disfrutar de su compra. Sabe que el escritor no la va a defraudar y para ella percibir lo que otros escriben sentada en su asiento de trabajo y aprovechando su momento de descanso es un modo estupendo de viajar a otras vidas. La historia es interesante…“El viaje de Elena a bordo del transatlántico Great Eastern tendrá un final inesperado cuando se encuentre con personas de su pasado”… El simple hecho de que el libro comience con un relato que transcurre en un lujoso y gigantesco barco de vapor, de construcción inglesa, pero fletado por franceses, que viaja de Liverpool a Nueva York, el Great-Eastern, a la enfermera le hace abrir su mente y su imaginación para crear inmediatamente la atmosfera y el escenario para tener la sensación de estar viviendo en primera persona la historia.
Ella por su trabajo, por sus estudios y también por sus lecturas, ha ido adquiriendo una cultura en el tiempo, con los suficientes conocimientos como para saber lo que supuso para la navegación la introducción de los motores de vapor en los barcos. Entiende y sabe algo de ello y además comprende que la ruptura de las barreras oceánicas, junto a la grandeza y suntuosidad de los barcos transatlánticos que se fueron construyendo a partir de la revolución industrial, también constituyó un verdadero cambio social en todo el mundo. Por ese motivo, se produjo también una mudanza en la vida de muchas personas. Ella prefiere utilizar la palabra mudanza para definir la emigración, confiere otro contexto a la situación de los emigrados; bien cierto es que el progreso en las comunicaciones entre continentes dio lugar a las mayores y más grandes corrientes migratorias humanas conocidas. Corrientes migratorias, mudanzas de seres humanos, que fundamentalmente se producían desde el viejo continente europeo hacia las nuevas tierras del continente americano.
La inteligencia y el saber en los humanos – piensa la enfermera- es increíble; al igual que es prodigioso cómo hemos conseguido mejoras y grandiosos avances en el progreso de la ciencia, la medicina, en la industria, etc., pero ¡qué tonta soy al cavilar! Mira que siempre me digo que nunca debemos de caer en el engaño y en el olvido, ya que del mismo modo que prosperamos en conquistas y en adelantos que nos facilitan la vida y nos hacen más grata nuestra vida y trabajos, lo cierto es, que desde el umbral de nuestros inicios cuanto descubrimos e inventamos algo no lo hacemos buscando un bien, desgraciadamente, lo hacemos reposando, yaciendo todas nuestras grandezas, en los cimientos de la inmoralidad, las injusticias y la insolidaridad, miserias del ser humano. Porque todo aquello que el ser humano ha ido descubriendo y creando en el tiempo, al final se ha convertido en un gran negocio para algunos que sólo buscan esforzarse para hacer fortuna y conseguir poder sobre el dolor y las adversidades de otros.
“Si un hombre no sabe a qué puerto navegar ningún viento le es favorable”. Qué verdad y que situaciones tan difíciles son las que nos pone como prueba nuestro Señor. –Meditabunda, reflexiona la enfermera y sigue con sus pensamientos. -Con el fin de ser los más rápidos, varios países desde la revolución industrial estuvieron en una constante carrera para ver quién era el que poseía el barco de pasajeros más rápido. Esta compañía de navegación, mi propia empresa, años atrás no solo cambió el nombre sino que vivió momentos de competencia y de grandes cambios con la intención de ser la poseedora de los mejores transatlánticos del mundo. Pero de momento no hay quien lo iguale, el SS United States, hasta ahora es el que ostenta el record del transatlántico más rápido jamás construido. Este navío es capaz de cruzar el Atlántico de un lado a otro a una velocidad de 54 Km/h, tardando únicamente 3 días y medio, lo que supone un tiempo entre 10 y 20 veces inferior al de los navíos previos a la revolución industrial. Sin embargo, no me puedo quejar, este barco es un buen transatlántico, aunque mucho más modesto y su tiempo en cubrir la millas marinas entre el continente americano y el viejo continente está, salvo paradas obligatorias, casuales y no previstas en otros puertos, en alrededor de algo más de una semana. ¡No está mal!
Y de este modo, la enfermera, sumergida en todos esos pensamientos por un rato retira su vista del libro y se queda mirando el azul mar que tras el ojo de buey se aprecia tranquilo y, además, con un cielo despejado. Poco a poco, parece mover sus labios musitando entre dientes una pregunta: – ¿Emigrados o nómadas? Pero… ¿Acaso ellos y yo no somos lo mismo?… Parte, y sino casi, toda la población de mi país mayoritariamente es mulata, mestiza y criolla, descendientes de tribus nómadas, de antiguos conquistadores, de portugueses, de italianos, de españoles; sangre india fusionada y mezclada con todos ellos que luego se ha ido combinando con otros emigrados, expatriados, huidos de sus países por el hambre, por las guerras, como polacos, rumanos, judíos alemanes… ¿Quién sabe con seguridad de dónde procede la sangre que corre por sus venas? Ni yo misma lo sé. Recuerdo que en un libro de historia que saque de la biblioteca de las monjas, que por cierto poseían una librería bastante completa de buenos ejemplares… -En ese instante, la enfermera hace una pausa en sus pensamientos como si se perdiera en una remota evocación-.
Ahora que recuerdo, – repasa la mujer para sus adentros- en la biblioteca de la congregación conservaban en un pequeño armario cerrado con una portezuela de madera y bajo llave un magnifico ejemplar del Quijote. ¡Oh, que magnífica obra! Es increíble la historia de algunos libros. Porque, quién sabe, quizá a través de los laberintos de varias generaciones de acá para allá, algunos ejemplares encuentran la manera de llegar de un lugar lejano a otro más cercano a nosotros; llegan a nuestras casas y lo mejor de ello, a nuestras manos para que nuestros ojos los puedan leer. Algunas personas tienen libros en sus casas que valen una fortuna y por desgracia, por ignorancia, algunos no lo saben. Eso es lo que pasó con ese Quijote, o al menos así me lo contaron.
¡Sorprendente y curioso! Resulta que ese libro tan bien guardado por las monjas llegó a su poder de manos pobres que, no sabiendo lo que poseían, lo entregaron en agradecimiento a la congregación a cambio de una frugal comida. Ese ejemplar, de gran valor, porque las monjas daban por cierto que formaba parte de una edición prínceps del Quijote que no se quedó en España sino que fue despachada al Nuevo Mundo. Lo cierto es que, según la historia, desde el primer momento gustó tanto el Quijote que buen número de ejemplares de las primeras ediciones embarcó para América.
Gracias a que tengo una gran memoria, recuerdo que una de las monjas encargada de velar por el cuidado y préstamo de los libros a los estudiantes, en una ocasión me comentó que existía un documento histórico, fechado en Sevilla, en donde se relataba que un 25 de febrero de 1605, es decir, sólo unas semanas después de la aparición de Don Quijote, se presentó a la Inquisición para su examen cuatro cajas de libros, en una de las cuales iban 5 ejemplares de la inmortal novela; cajas que, por lo demás, se registraron en el navío “San Pedro y Nuestra Señora del Rosario” de la flota de Tierra firme. Pero aún mas, también fue capaz de decirme con precisión que un mes después, el 26 de marzo, un mercader de libros, vecino de Alcalá de Henares, presentó también a la Inquisición un numeroso lote de cajones de libros con destino a Portobelo y que debían ser embarcados en la misma flota de Tierra Firme. La hermana me explicó que en esos cajones de libros viajaban 66 ejemplares del Quijote y al parecer un amigo bibliotecario entendido y estudioso de la obra de Cervantes sospechaba que el libro que ellas poseían era alguno de esos ejemplares llegados de España en el navío “San Pedro y Nuestra Señora del Rosario”.
¡Qué curioso!…”por caminos pequeños a veces se llega a otros valiosos”… Eso es lo que decía la hermana bibliotecaria. Opino y supongo que, siendo una niña de pobre y menesterosa familia, avanzando por uno de esos caminos pequeños pude llegar hasta a uno de esos valiosos. El magnífico ejemplar de una edición prínceps del Quijote. Qué suerte la mía, que tuve un destino, el de tener en mis manos un ejemplar de 1605, para poder disfrutar de su lectura. La verdad es que me costó leerlo sí, tarde mucho tiempo en comprender sus sabidurías, las locuras de un hidalgo acompañado de su fiel Sancho Panza. Se me hizo muy difícil su lectura porque aunque interesante y amena, el lenguaje la dificulta, mas quedé agradecida de por vida de haber tenido tan única oportunidad que enriqueció mi mente y mi vocabulario.
Al rato, después de estar la enfermera perdida en sus recuerdos, vuelve a mirar su nueva lectura y como por una relación de pensamientos, sonríe al pensar que ese Quijote viajó a América, como lo hicieron los primeros emigrantes llegados a su tierra y visualmente concibe a personas apiñadas en las bodegas de los antiguos y grandes navíos. Como la familia de la pequeña, Chena, así dijo que se llamaba. Qué bonita y que graciosa, tan chiquitina, ella preocupada por ir bien vestida al baile. Bueno, en realidad se comportaba y pensaba como cualquier niño lo haría, la inocencia en la infancia les cubre de un halo especial, de una ternura que por desgracia todos vamos perdiendo con el paso de los años. De pequeños construimos un mundo que de adultos no tiene nada que ver con el soñado. Como estos grandes y vistosos transatlánticos. Hoy se construyen enormes barcos con capacidad en ocasiones para más de 2.000 pasajeros, dotados de lujos y comodidades, donde los salones y comedores reproducen los espacios de los grandes palacios europeos y que incluso los camarotes de tercera tienen en ocasiones condiciones bastantes buenas, de forma que, a veces, algunos de los emigrantes conocen durante el viaje determinadas comodidades y experiencias de una lujosa humanidad que nunca han tenido y lo hacen emigrando, por primera vez en su vida.
Tantos y tantos seres humanos, que abandonaron y abandonan su país en busca de la prosperidad y de nuevos horizontes. Algunos pierden su vida en el intento, gente que hace la “mudanza”, que marcha de su país por las mismas causas, la supervivencia. Ojos de seres humanos que dirigiendo su última mirada hacia el infinito de la popa del barco no pueden evitar la pena, el ahogo de su llanto pensando en los padres, maridos o mujeres e hijos que atrás se quedan, esperando noticias, esperando una vuelta, esperando. Y es que está vida… ¡oh! Esta vida que todos forjamos es tan injusta e insensible y supuestamente superficial para muchos.
Progreso, ¿hacia dónde? Si nuestra evolución debe ir al compás de un mejor reparto, una justa y equitativa partición de la riqueza que entre todos producimos. ¡Si, es muy fácil de entender!, porque somos todos eslabones y parte de una cadena. La vida, como la evolución de la especie humana, debería ser enriquecedora del alma, dignificar la convivencia, entretejer solidaridad, crear bienestar para todos los que venimos a este mundo y así poder vivir en la paz. En definitiva, no somos otra cosa que eslabones de una cadena y dicho de una forma muy clara: “si yo vivo bien, mi vecino tiene que vivir igual de bien; si yo como, mi vecino tiene que comer; si yo respiro en libertad, mi vecino tiene que respirar en la misma libertad; solo así, yo podré vivir bien junto a mi vecino y ambos existiendo en la igualdad viviremos en un mundo en paz”.
Lástima, mi forma de pensar no es compartida, no. Y no es que juzgue a la ligera, ni que me sienta mejor ni mas buena. Pero poco puedo hacer desde mi posición, aunque lo intento. Solo hago, una y otra vez, poner mi grano de arena que de un soplo es barrido por la codicia y la maldad de otros. Porque el fin de muchos en la vida es el amasar fortunas, poseer grandeza y vivir en la fastuosidad y el poder, y lo hacen asumiendo el coste a cualquier precio, sin importarles la vida de los demás. Dios, dudo a veces de tu existencia. ¿Cómo es que la inteligencia, el saber humano, que de un modo u otros todos podemos llegar a poseer porque así lo quisiste no se usa para otras cosas? Tenemos virtudes pero también estamos llenos de defectos que hacen aparecer la cara oculta de nuestra naturaleza. No quiero pensar que no existes, mi mente y mi espíritu están llenos de ti, pero nos dejas tan solos.
En fin… en el fondo todos navegamos sobre un mar, a veces tranquilo otras veces demasiado violento, viajamos sobre una ciudad flotante desposeídos de la tierra prometida, colmados de dudas y de miedos, huimos del hambre, de la miseria, de la clandestinidad, de las guerras que todos detestamos pero que dejamos que empiecen desde nuestro mismo núcleo embrionario, que nos condena a la soledad, al aislamiento de nuestra individualidad. Y así somos o así nos hiciste. Por tal motivo, durante nuestra travesía por la vida, algunos se apiñan en las cubiertas, conexiones humanas interesadas que confabulan buscando tener más espacio, y a pie de popa o a babor comienzan las diferencias, las provocaciones, las luchas por obtener una buena posición, un mejor asiento, un lugar de privilegio, cómodo y con buenas vista. Y si es necesario para llegar al poder sempiterno, todos ellos, son capaces de desmantelar el puente de mando.
Y mientras eso se desarrolla en la cubierta de primera clase, a los pasajeros de segunda, a los de tercera y a los despojados de la riqueza, les toca viajar en camarotes de clase media y por clases van descendiendo hasta las bodegas, sumidos y sometidos por el destino a vivir buscando salir de su pobreza y la miseria, sin espacio y, por supuesto, sin buenas vistas… ¡Por Dios! si todos viajamos en la misma máquina naval, en nuestra ciudad flotante, en lo único que conocemos, el mundo. –Estando la enfermera metida en sus profundos pensamientos de pronto en la puerta de entrada al dispensario se escucha la voz de un hombre que pretende hablar con alguien.
•¡Disculpen! ¡Buenas tardes! ¿Hay alguien aquí? ¿Alguien me escucha? ¡Doctor, enfermera!… ¿no hay nadie? …Continuará.