CAPITULO 20º

Lo más sorpresivo para el doctor es comprobar la determinación con la que responde Chena, aseverando que todo cuanto está contando, lo pudo ver en su casa. Escucharlo le resulta, cuando menos, alarmante para él, que no logra imaginar al padre de la niña como un cruel racista. Pero, también es cierto, que existen individuos que disimulan su verdadera personalidad bajo un disfraz; gente que se viste con un manto de sencillez y bondad, pero que en realidad, en su mayoría, se tratan de seres con insignificancia espiritual, que en su fuero interno necesitan experimentar la sensación de superioridad, de autovaloración por encima de otros. Seres con instintos dañinos, maltratadores que disfrutan de dominar a aquellos que han convertido en víctimas propiciatorias para dañarlas verbalmente o físicamente que se erigen en jueces que acaban señalando como culpables de todo cuanto ocurre en este mundo a personas por su raza o ideología, para finalmente sentenciar a que éstos sufran su perturbada tiranía o terminen infringiéndoles una horrenda muerte.

•El racismo, la esclavitud, trágica realidad que aún permanece oculta o semioculta en el mundo occidental.- Se le escucha decir al doctor, sin darse cuenta que la niña le observa mirándole fijamente, y con su examen pueril se halla a la espera de seguir con la conversación.
•¿Sabes lo que es el racismo? ¿Entiendes que existen personas que se creen superiores a otros y son capaces de vivir con odio a lo diferente?–Pregunta, saliendo el doctor de su ensimismamiento sin darse cuenta de la furia que ha empleado para pronunciar sus interrogantes palabras.
•¡Si, lo entiendo! Mi papá, un día me habló de un lugar donde los hombres no son blancos, sino que es la tierra de los hombres que tienen la piel diferente a la nuestra, de allí proceden. Gente con la piel negra, distintos a nosotros, y algunos hombres blancos los han convertido en esclavos porque los ven como animales e inferiores. Me lo dijo porque en ese lugar hay elefantes y allí los hombres viven en familias como iguales a todos los mamíferos. A mí me encantan los elefantes, y… y no me acurdo del nombre de ese lugar pero sé que empieza por “A”, me gusta todo lo que empieza por “a”, agua, alegría, amor, ada…- en ese momento el doctor sonríe y corrige a su pequeña paciente advirtiendo que tenga en cuenta que, aunque hada le suena que empieza por una “a”, la palabra hada se escribe con una hache muda.
•¡Ah! Bueno es que todavía estoy aprendiendo a escribir, aunque ya leo bastante bien pero…
•¿Pero…?- repite el doctor interesado por lo que su parlanchina paciente tiene que decir.
•Pero, tengo dudas, no sé si a donde vamos, los niños escriben igual y luego una vez allí tendré que aprender a escribir y a hablar de otro modo. Mi papá dice que en España hablan distinto y encima mi abuela dice que en ese país es mejor estar calladitos porque si hablas te matan. Allá vive un general muy malo, que me lo han contado mis tías, que rapa las cabezas a las mujeres por rojas y yo no quiero que me corten el pelo como a mi abuela y a la mamá de mi abuelo, que yo me lo quiero dejar largo, para hacerme trenzas como las princesas de mis cuentos. Y además… ¿a mí por qué me van a hacer nada? Yo pienso estarme calladita ¡no voy a hablar! y… ¿a que mi piel no es roja?… es blanca.- Lo dice enseñando su brazo derecho al doctor.

El hombre al atender toda esa palabrería no puede sentir otra cosa que ternura por la chiquilla y, por todo lo que le ha dicho, ha sacado la conclusión de que tiene de frente a una niña inquieta que presta atención a cuanto le cuentan o escucha de las conversaciones de las personas adultas aunque luego ella, por su edad y metida en su mundo infantil, de cuanto oye, haga su propia interpretación.

•Yo ya sé de que hablas, pero no tienes que preocuparte de nada, en seguida te adaptaras a la gente y a su forma de hablar. Mírame a mí; yo nací en Italia, hablamos una lengua distinta y aprendiendo se puede conseguir que estemos aquí los dos hablando sin dificultad para entendernos. Y no tengas miedo que precisamente por ser de piel blanca nada te harán. Aunque, ya que hablamos del color de la piel y volviendo a nuestra inicial conversación, creo que ese lugar del que hablas de donde proceden los hombres de piel negra, es el continente Africano, África, ¿te suena?
•Sí, es África. – y como si fuera a revelar un secreto añade moviendo su dedo índice señalando en el aire algo invisible- Allá, no como acá, puedes comprar a un niño encadenado en las ferias como quien compra un trozo de carne porque los hombres de raza negra nacen esclavos y los mismos cuando son papás y mamás se deshacen de sus hijos por unas monedas de oro, vendiéndolos a los piratas, bueno mi papá dice que son traficantes, pero yo estoy segura de que son piratas.

Ante las declaraciones de la niña, el doctor no sabe muy bien como tomarse cuanto le dice ni por dónde empezar para hacer ver que la naturaleza de un racista, traficante o, como ella los llama piratas, es la misma, la de un ser ruin. El inconveniente de todo este asunto es que… ¿y si su padre es un racista? Ella le acaba de asegurar que vio como mataban a un hombre negro en el jardín de su casa y eso es algo que no puede quedarse impune. Bien sabe él que muchos racistas sectarios acusan de sus problemas en la vida, de sus fracasos sociales, de sus frustraciones a todos aquellos que no toleran por culpa de su intransigencia, ignorancia y estupidez. Evidentemente estas personas en el día a día parecen seres normales, dulces amas de casa caritativas, con una fe extraordinaria en un Dios, empleadas y obreros luchando por mantener un puesto de trabajo, padres de familia viviendo en una sociedad cada vez más competitiva pero cuya realidad les obliga a ser seres corrientes que viven frustrados por vivir en una sociedad que les condena a no despuntar de la rutina, a luchar por una penosa economía y a no sobresalir nunca de su servidumbre.

No obstante, también están los racistas triunfadores, ricos hechos a sí mismos, filantrópicos comprometidos que realizan actos humanitarios de un dudoso interés, pues parecen tener un fin más de beneficiados que de benefactores, hombres, que al fin y al cabo, tienen una importante influencia política para manejar gobiernos. Capitalistas que se codean y relacionan con aquellos que siempre han estado en las alturas, burgueses de linaje y estirpe que nunca han hecho otra cosa que vivir de las gestas de sus antepasados, pero que en una sociedad que mantiene el clasismo estos son necesarios para mantener la condición discriminatoria que defiende y mantiene las diferencias entre las clases sociales. Hombres que terminan embrutecidos por el dinero y el poder, y burgueses carcomidos por creerse mejores simplemente por llevar uno u otro apellido. Mortales que obviamente representan el típico caso de seres mediocres, intelectualmente limitados por su egoísmo y sectarismo pese a que puedan ostentar un intelecto supremo, y que con sus aborrecimientos compensan su ego a través de una eventual satisfacción al vulnerar los derechos humanos ,causando daño a otros, realmente, eso les hace sentirse seres por encima del bien y del mal.

Envuelto en estos pensamientos, el doctor mira a la pequeña sin saber muy bien la manera de afrontar todo este asunto, pero acostumbrado a examinar a los pacientes para luego emitir un dictamen de la dolencia, asume que con tan poca cosa, no puede arriesgarse a sacar conclusiones y menos por lo que le cuenta una inocente niña que da la impresión de tener una imaginación extraordinaria. Así que ya que tiene unas horas por delante y como ambos parece que se encuentran más que despiertos decide, sin dar muchas vueltas al tema, trabar conversación con la niña sobre el asunto del racismo para salir de dudas, por lo que retoma la conversación con una nueva pregunta más directa.

•La verdad, después de lo que me has dicho me he quedado un tanto confuso y espero que no te importe que te pregunte si sabes realmente lo que es una persona racista y no es una pregunta examen ¡eh!- El doctor termina la pregunta guiñando un ojo.

Después de un minuto de silencio de haber emitido la pregunta el doctor, la pequeña algo temerosa, le responde con otra pregunta – -¿Puedo ser yo una racista por ser la dueña de una muñeca negra? Mis papas la compraron en una feria pero es solo una muñeca.

Solo después de escuchar estas palabras de la pequeña el doctor entiende que ésta no tiene muy claro lo que es una persona racista y con todo el tacto del que es capaz de tener con todos sus pequeños pacientes decide explicárselo tratando, ya de paso, de sonsacarle algún dato que le pueda orientar sobre lo que ella pudo ver en el jardín de su casa.

•Mira, existe un dicho que dice: “Todos los errores y males pertenecen al vencido y toda la gloria y el bien hacer es del vencedor”. Los humanos, tú y yo, vivimos en un mundo con demasiada complejidad idiomática, racial y cultural. Es por eso que existen países como personas con una gran diversidad tanto de culturas como de color de piel. Algunos de esos países, injustamente, han sido explotados por la codicia de invasores o descubridores, como lo fue tu país que fue descubierto por los españoles y que todas sus riquezas, robadas por los conquistadores, dieron con el establecimiento de una economía próspera para los vencedores pero no para los vencidos. Los vencedores se convirtieron en amos y señores de cuanto conquistaron y los verdaderos dueños y habitantes de esas tierras, una vez vencidos, se convirtieron en esclavos. En realidad, nuestro mundo no da vueltas tanto entre hacer el bien o el mal, por ser diferentes en color de piel y en costumbres e ideas, la vida básicamente gira entre vencedores y vencidos, mas por el egoísmo de unos cuantos ávidos de poder que por otra cosa. ¿Entiendes lo que te digo?

•¡Sí! Caro que lo entiendo. En mi libro de la escuela decían que los indios eran muy malones y que, gracias a una reina y un rey de España que mandaban por igual, a los indios les enseñaron a ser buenos y a creer en Dios. Eso quiere decir que los conquistadores eran buenos porque son los que ganaron ¡A que sí!
•Bueno veo que la teoría la has cogido aunque tu exposición no es exactamente lo que intentaba decirte. Ahora dime: ¿Crees que los indios de verdad eran malos y se merecían convertirse en esclavos en su propia casa? ¿Crees que había que despojarles de sus tierras y riquezas por algún motivo? ¿No defenderías, con uñas y dientes, lo que es tuyo si alguien te lo quisiera quitar?

La pequeña se queda pensativa, mirando al doctor, pero por su forma de estar da la impresión de que su cabecita anda rumiando las preguntas. Ella, después de escuchar las explicaciones sobre lo que es ser un vencedor y un vencido comienza a entender que quizás imponerse en una batalla no te convierte en el bueno pero si en el superior y, en cambio, el perdedor, como inferior, perece bajo el dominio del ganador. Entonces, por un extraño hilar de su mente, se acuerda de que algunas veces en compañía de sus primos se han metido en el gallinero de la abuela y luego de espantar a las gallinas, echándolas del corral, se han convertido en dueños del espacio para jugar en lo que ellos llaman su “casita”. Lo malo es que cada vez que hacen eso tienen que limpiar el corral; las muy cochinas, como animales tontos y sucios, lo tienen lleno de caca, aunque lo bueno de limpiar es que siempre se encuentran los huevos y pinchándolos con una aguja gorda de coser se los toman al momento. Lo cierto es que los huevos saben muy ricos crudos, comidos en el gallinero y, como dice el abuelo, tienen mucho alimento; pero la abuela, cuando los pilla, les llama ladrones de huevos y niños malos. ¡Ah! Ahora lo entiende, sus primos y ella son como los conquistadores invadiendo y ganando el terreno de las gallinas, echándoles de su casa, tratandoles de inferiores, de animales sucios, y robándoles su espacio al igual que se comen sus futuros pollitos. Pero eso significa que ni sus primos ni ella se comportan bien ni son buenos niños pese a que ella es una victoriosa, una triunfal ahuyentadora de gallinas.

•¡Doctor ¡ Creo que ya entiendo lo que quiere explicar con el dicho. A veces ser un vencedor no significa que uno sea bueno y lo mismo pasa con el vencido, como las pobres gallinas que no son malas sino que se han convertido en victimas de nuestras diabluras.

El doctor al escullar la original respuesta de la pequeña, no entiende muy bien la razón de relacionar la palabra gallinas con víctimas, sin embargo, concibe que lo expresado por la niña significa que ella ha intentado buscar un razonamiento a sus palabras y no va mal encaminada. Así que al ver que su capacidad de discernir es bastante lógica decide ir al grano para que le cuente lo que vio en su jardín.

•Bueno, te voy a hacer una confesión, yo desde muy niño soy tremendamente curioso y cuando algo o alguien despierta mi curiosidad no puedo parar hasta salir de dudas. Tú antes me has contado que viste como asesinaban a un hombre de color en tu jardín, tú me puedes relatar como sucedió todo y tal vez de este modo yo te puedo ayudar a entender tus extraños sueños.
•¡Vale! Si me promete no contárselo a mi papá.
•¡Lo prometo! Y sino que me convierta ahora mismo en sapo. – Con esta gracia del doctor Chena queda convencida y sin más preámbulos comienza con su relato.
•Verá, un día le seguí a mi papá para ver donde las iba a guardar, porque a mí me gustan mucho y quería volverlas a ver. Mi papa, cuando se lo pido, me las suele enseñar. Así que le perseguí y vi como las metía en un cajón, cuando él se marcho yo fui corriendo y las saqué. Luego me entretuve un rato mirándolas y al rato de estar curioseando fue cuando vi la cruz ardiente y a los hombres encapuchados. Y en letras muy grandes, porque esas si las sé leer muy bien, ponía KKK, entonces es cuando sentí miedo, si me dio mucho miedo.
•Pero aún no me has dicho ¿qué es lo que estaba haciendo tu padre en el jardín?
•¿Mi padre? ¡No! Si hubiera estado mi padre no me hubiera atrevido a mirar.
•Pero… tú me has dicho que viste como una noche mataban a un hombre en el jardín de tu casa.
•Sí, allí lo vi, ya le he dicho, en las revistas que mi papá almacena en un cajón en el jardín.
•¿Revistas?…Pero…, si creí que lo que tu padre guardaba en un cajón eran las ropas de encapuchado.
•¿Eh?… ¡No! ¡Pero qué cosas dice! Lo que vi es donde mi papá amontonaba las revistas que colecciona para llevarlas a España y en una de esas revistas es donde vi las fotos del hombre negro al que los hombres vestidos con ropas blancas y capuchones le estaban matando.

El doctor, llevándose las manos a la cabeza y entre carcajadas bulliciosas no puede creer que la personita que tiene frente a él le haya tenido más que preocupado por una simple travesura infantil y un mal entendido por su parte. Mientras, la niña opina que la actitud del doctor y el por qué de tanta risa y tanto llevarse las manos a la cabeza son comportamientos un poco raros y para sus adentros barrunta que el hombre debe de estar un poco chiflado, como todos los sabios.