De nuevo, la enfermera, alertada por las expresiones de la niña que con voz alterada repite una y otra vez las mismas palabras, dejando el libro sobre la mesilla, se acerca para comprobar el estado de la misma. Chena se revuelve entre las sabanas coreando una sucesión de palabras, envuelta en sudor y a pesar de dar muestra de estar despierta, sigue proclamando una y otra vez – “la niña, está salvada”. En ese instante, se abre la puerta de la estancia entrando el doctor para relevar a su ayudante y al escuchar lo que dice la pequeña envía una mirada inquisidora, mezcla interrogación y perplejidad, a la enfermera.
-¿Le sucede algo?…, ¿ha empeorado?
-¡No! Solo es la calentura que al parecer le provoca malestar. Lleva un rato delirando, repitiendo algunas palabras sobre la salvación de una niña y supongo que es el resultado de alguna pesadilla motivada por la fiebre. Nada de importancia, pues solo tiene unas décimas.
-¡Perfecto! Entonces ya puede retirarse a descansar, quedan algunas horas para el amanecer y le vendrá bien tener un reposo. Yo ya he tenido una pequeña tregua de sueño. Así que ahora que me encuentro despabilado, fresco y sereno, ya me encargo yo de la vigilancia. Que usted descanse bien lo que queda de la noche y ya sabe, la espero a primera hora de la mañana. ¡Buenas noches!
En su marcha la enfermera termina de salir del dispensario cerrando la puerta con un golpe, algo que provoca que la niña se despierte saliendo del mundo de sus sueños, y abriendo los ojos con algo de desmaña, va viendo que tiene de frente el rostro risueño del doctor.
-Bueno, que tenemos aquí, menudo recibimiento, ha sido llegar y mi pequeña paciente despierta del sueño como una desvanecida Blancanieves, que al parecer estaba viajando por el mundo de los sueños por culpa de una manzana envenenada ¡A que sí!
-¡Je, Je! ¡No! –Responde Chena, aún algo atolondrada por el sueño y añade: Yo no me he comido ninguna manzana envenenada y además, usted es un doctor, que… ¿no sabe que en el cuento, Blancanieves, ella solo se despierta cuando aparece el príncipe?
-¡Vaya! Ya veo que no me parezco a un príncipe, será por la bata blanca y que no llevo corona o más bien será por lo que dicen algunos, que aunque feo, no tengo ni cara de sapo para besar, por aquello de convertirme tras un beso en un príncipe.- Al hacer esta afirmación, la niña vuelve a reír, mientras el doctor va examinándola para terminar comprobando lo acertado del diagnostico de su enfermera-. Muy bien, esto va muy bien. Si sigues mejorando, en la mañana, en cuanto venga a verte tu papá, te voy a tener que liberar de esta horrible mazmorra; ¡qué pena! Yo ya estaba preparando la olla para hacer un festín con un guiso de niña pero no va a quedar más remedio…te voy a tener que libertar de este encierro.
-¡Ji, Ji! -Vuelve la pequeña a soltar risitas ante las graciosas frases que le dedica el doctor.-Ella se las toma a broma dado que el doctor, para decirlas, incluso a pretendido cambiar la voz imitando la de un tosco ogro. No obstante escuchándolo, Chena piensa que su imitación de malvado ogro es bastante mala, pero mejor no se lo dice porque en el fondo él le cae bien, le causa risa y además la trata con educación; algo que para ella es muy importante pues valora mucho el trato de respeto entre las personas. -En realidad, el médico lo que persigue con sus bromas, es situar a la niña en una conversación que le lleve a una explicación para saber qué estaba soñando cuando él entró en la sala. Quiere averiguar cuáles pueden ser sus infantiles preocupaciones, en el fondo por formación profesional.
-A ver, esta chica tan lista yo creo que me puede sacar de una duda. Cuando he entrado en esta sala me ha parecido oír que una niña andaba en peligro y había que salvarla. No será cierto lo que van contando por ahí.- Y acercándose a la niña, el médico, medio tapando su boca con la mano como si fuera a contar un chisme a la oreja de la niña, le dice en voz bajita: “Me han dicho algunos pasajeros que tenga cuidado con la enfermera, que es una lechuza disfrazada de buena persona, que en realidad es una bruja que anda buscando apresar a niñas para luego comérselas. ¿No sabrás de alguna niña que haya que salvar o la niña, esta salvada?
Chena abre los ojos y simula una enorme sonrisa en su cara, lo que escucha decir sobre la enfermera le parece una broma del doctor, pero las últimas palabras pronunciadas por el mismo hacen que le llegue a la mente el sueño que hacia un momento estaba teniendo. Ella, es aún muy pequeña para comprender el significado de sus sueños, pero seguro que el doctor la puede ayudar para encontrar interpretación a la celebración de los extraños rituales que los hombres encapuchados de su sueño llevaban a cabo junto a una enorme cruz, y tal vez pueda, también, encontrar un sentido al motivo por el que otros personajes de su sueño frente a una escuela, querían matar a una pobre niña de piel negra. Así que sin tardar, comienza a relatar su sueño, con todo tipo de detalles. Ella es capaz de recordar todo cuanto sueña, con colores, sensaciones y hasta sabores y olores, algo que la confunde bastante, porque al preguntar a sus amiguitas de escuela si les ocurre lo mismo, éstas la suelen decir que ellas no sueñan igual y que casi nunca se acuerdan de nada al despertar.
-¡Vaya! Menudo sueño. Aunque lo que me has referido más bien es una horrible pesadilla. Tienes una capacidad tremenda de observación, lo vives y lo observas a la vez. Dime pequeña: ¿Recuerdas, estando despierta- apostilla- “en la vida real”, a ver visto en algún lugar a los hombres de tu sueño? ¿Alguien te ha hablado de ellos?– El hombre se queda mirando dulcemente a su pequeña paciente esperando una respuesta-.
Las palabras dichas por el doctor hace que Chena confié aún más en el. ¿Cómo alguien que no la conoce ha podido saber que ella cuando sueña, a si mismo, también se ve como está dormida? Y por esa torcida e infantil conclusión, ella piensa que el doctor ha descubierto su duplicidad al dormir, algo que no es cierto, tan solo es una interpretación que su mente ha hecho, y juzga que lo ha tenido que hacer porque es un hombre sabio. Así que, confortada por el inteligente hallazgo del doctor, decide hacerle una confidencia: Ella, le cuenta al doctor que hace ya algún tiempo, a los hombres encapuchados antes de verlos en sus sueños los vio en la vida real. Pero lo hizo a escondidas y por eso nunca se ha atrevido a contárselo a nadie.
Mientras, a unos pasos de la enfermería, por la cubierta de paseo camina la enfermera. Minutos después de salir del dispensario médico decidió tomar el aire de la noche camino hacia su camarote y es, en ese mismo momento, cuando ve que dos hombres se dirigen hacia ella, estableciendo rápidamente la idea de que, probablemente, los dos pasajeros lleven camino de la cafetería que de noche se convierte en sala de fiestas. Pero, quizás, por encontrarse algo cansada no reconoce al padre de Chena, dado que lo vio tan solo unos pocos minutos cuando este hablaba con el doctor, pero el hombre, que sí la ha reconocido, más por su vestimenta que por otra cosa, con un saludo la obliga a parar preguntando por su pequeña. Tras una corta charla en la que la enfermera comenta ante los dos hombres que todo sigue su curso y que con seguridad la niña en la mañana recibirá el alta, la mujer se despide; no sin antes inspeccionar al chocante acompañante del padre. En su breve conversación e incluso en la sala de espera, ella se percató de lo extraño del porte de Guerniques y por un momento, sin que él se diera cuenta, se dedicó a examinarle con la mirada de los pies a la cabeza, ya que lo reconoció. Por una casualidad, se fijó en él la pasada noche antes de partir de Valparaíso.
El caso es que Guerniques, en su paseo nocturno por la cubierta en la noche de la tormenta del temporal que se produjo estando atracados en el puerto de Valparaíso, no solo fue visto por un camarero y Chena, sino que la enfermera también le vio deambulando por los pasillos del barco. Esa noche, desde su camarote, pudo escuchar el ruido acompasado de unos golpes secos y atrapada por la curiosidad se asomó al pasillo para ver de dónde provenía tal ruido. Precisamente, porque ya era algo tarde, al ver a un hombre tan raro caminando entre los camarotes pese a que había orden del puente de mando de que ningún pasajero saliera a cubierta, ella decidió abandonar la faena en la que andaba metida y salir detrás del sujeto. Se sintió aventurera, y por si se trataba de algún pasajero loco o a saber qué, anduvo lentamente detrás de él.
Lo cierto es que ella reconoce que en algunos momentos es capaz de traspasar los límites de la imaginación tejiendo telarañas de intrigas a su alrededor por solo una mirada o un simple extraño proceder; eso la lleva a pensar que lee demasiados libros de suspense, pero qué otra cosa puede hacer, la gusta leer y le sobra tiempo por culpa de su monótono trabajo de enfermera en un transatlántico. Pero esa noche, ella anduvo tras los pasos de un hombre con una pierna de palo, por el que terminó sintiendo pena, pues le dio la impresión de ser un hombre perdido y desesperado.
A pesar de no ser una persona que cuenta con preparación psiquiátrica, ella arguye que el hombre de negro parece estar superando alguna situación de desolación y angustia. Solo le ha tenido que mirar a los ojos. Sus pupilas irritadas tienen el efecto de alguien que toma alguna droga de continuo o, tal vez, sea una medicación psicotrópica para el dolor físico.
Evidentemente, puede ser que esté tomando un opioide para tratar el dolor crónico de su pierna amputada o quizás sea por algo psíquico, de algún trastorno por algún hecho desgraciado en su vida. El caso es que desde que se fijó en él, su forma de vestir, su rostro, su proceder en la noche anterior, la tiene atrapada, estimulando en ella una sensación de intriga y por qué no, de afecto parecido a la lástima; lo que la hace pensar, si no será ella la que estará teniendo, a estas alturas, algún desorden mental. De todas formas, a pesar de su aspecto, opina que es un hombre que bajo ese halo lúgubre tiene buena apariencia y de pronto, sonrojándose, siente que en los temas de los sentimientos, tanto propios como ajenos, las cosas del sentir humano para ella están más allá de su comprensión y de su mente, sobre todo cuando no se conoce íntimamente a las personas que entran en nuestros pensamientos. Pero a medida que ahonda en sus reflexiones, ella experimenta una especie de duda que la hace preguntarse si toda su curiosidad por este hombre, viene dada por qué se siente atraída por su persona.
Ya una vez en su camarote y sin poder sacar de su mente los peregrinos pensamientos que la ocupan, tendida en la cama, experimenta nuevas sensaciones olvidadas. Ella cree que los placeres del amor en esta vida le están vetados. La verdad es que solo en su mundo de los deseos y de los ensueños, allí refugiada en ellos, es donde ha encontrado el placer de su sexualidad, el lugar donde reside su imaginada felicidad. Allí, ella encuentra la placidez soñada que le permite apaciguar el malestar de tener una vida acostumbrada a la condena de la ausencia de vivir la pasión de un ardiente romance. Y, añorando tener un amor, la mujer se queda plácidamente dormida.
En cambio, en otro lado del barco, en la enfermería, un experimentado doctor y una niña vivamente despiertos, conversan. El médico, ha permanecido callado unos segundos a la espera de que su pequeña paciente le diga algo. Intuye, dada su experiencia tratando con niños, ya que su especialidad fue en pediatría, que la chiquilla que tiene frente a él, guarda un secreto que está a punto de brotar, como lo hace una semilla plantada en la tierra que brota para dar sus frutos. Vislumbra que algo la inquieta, pero se ha percatado de que la niña recela con reservas de hacer confidencias a los adultos y menos, así de pronto, con cualquiera. Parece poner cuidado, da la impresión de estar bien enseñada de que no debe de intimar con la gente mayor; aunque a la pequeña se la ve suelta y simpática, como también se la observa que en su desconfianza es de esas personas que va escogiendo a quién supone hacedero de convertirse en su amigo y confidente.
-¿Me promete no contárselo a nadie? Yo no soy mala, siempre obedezco, pero algunas veces se me olvida cumplir con la sumisión a los adultos; es por culpa de mi inquieta cabeza y también por mi torpeza. Mi madre me dice que aunque soy buena, también soy atolondrada, que tengo la cabeza llena de pájaros y mi abuela siempre añade que lo que me falta es la prudencia y que eso a las niñas traviesas las acaba metiendo en problemas. Pero eso no es verdad, ellas se equivocan; yo en la cabeza lo que tengo son ideas y además, jamás me meto en problemas. Son ellos los que me vienen a buscar.
-¡Ah! – Exclama el doctor intentado contener la risa.- Su paciente, además de tener una cara angelical, resulta muy convincente cuando habla, no solo por su tierna voz, sino por lo ocurrente de sus palabras, lo que le pone ante un aprieto dado que puede ser que él esté frente a una traviesa y locuaz rebelde que le gusta meterse en líos o, por el contrario, solo sea una cándida e inocente niña que, sin querer, le crecen los problemas. Aunque mirándola bien, opina que por la edad de la chiquilla poca maldad e indocilidad puede alberga tan pequeña personita. Así, que al hilo de su locución, resuelve sondear su mundo infantil sin que ella se dé cuenta.
-Y dime: ¿cómo es eso de que los problemas te vienen a buscar, acaso, tienen patitas y van detrás de ti?
-¡Ha! ¡Ha! No, no tienen patitas. Lo que pasa es que me suceden cosas raras, pero que muy raras, y cuando me quiero dar cuenta ya estoy metida en alguna pega y por culpa de esas cosas acaban regañándome. Y eso duele, porque yo no me lo merezco. Porque yo soy una niña buena y obediente.
-¿Cosas raras? ¿Pegas…? ¿Cómo qué? Como el sueño que me has contado hace un rato… ¿verdad?
-¡Sí! Desde siempre, ¡vamos desde que nací!, tengo sueños que no comprendo y que a veces me asustan mucho.
-Sabes Chena, y esto te lo digo tratandote como una niña lista, que es lo que me parece que eres, los sueños son puertas hacia otra realidad, un reflejo de lo que vivimos cuando estamos despiertos; eso quiere decir, que tú sueñas con cosas que te ocurren en el día o con algo que alguien te ha contado y que bien te dan miedo o te han provocado una profunda impresión. Como escuchar un cuento de feas brujas y luego soñar con ellas.
-Sí, pero no es verdad.- Responde Chena alterada.
-¿Qué no es verdad?
-Que las brujas sean feas, no todas las brujas son feas. Yo he visto una y no es fea. Bueno, se viste de una manera rara, muy rara, se cuelga collares con patas de gallina y se pinta mucho, eso sí, yo que la he visto de cerca puedo decir que no es fea. Pero mi hermana dice que las brujas no existen… ¡a que si existen!
-Pues claro que existen, como también existen los hombres encapuchados de tu sueño. Dime: ¿recuerdas haberlos visto en donde vivías?- El doctor hace esta pregunta pensando que ya tiene encaminada la conversación hacia donde él quiere dirigirla.
-Sí, a esos hombres los vi una noche en mi casa, pero fue hace algún tiempo. No fue falta mía, fue un accidente. Es por culpa de las ropas y las capuchas; mi papá me dijo que en España las usan por las calles en no sé qué fiestas; yo le vi como las guardaba, y como quería volverlas a ver me metí a escondidas en una parte del jardín en donde las tenia ocultadas y fue allí donde los vi.
-Pero niña… ¿Qué es lo que viste?- Exclama el doctor algo preocupado por lo que está escuchando.
-Pues a los hombres con sotanas blancas, los de mi sueño, que con ritos y con la cara tapada con capuchones estaban prendiendo fuego a una cruz mientras mataban a palos a un hombre negro y luego…
En ese momento el doctor, se levanta con brusquedad de su asiento e interrumpe el relato de la niña con un “espera, espera un momento” al mismo tiempo que se lleva las manos a la cabeza al no encontrar sentido a lo que la niña le está contando. No puede imaginar que el padre de la pequeña, el hombre de talante gentil con el que ha estado hablando hace unas horas, sea un miembro del Ku Klux Klan, de una facción creada en Chile y que ésta por accidente les viera a él y a otros miembros practicando un asesinato. Así que insta a Chena a que dé una respuesta clara y concisa a una pregunta.
-Pero, a ver, contéstame si o no, esto que me estas contando, ¿lo vistes en tu casa estando despierta?
-¡Sí!- Responde Chena con rotundidad y sin un atisbo de duda-.