CAPITULO 13º

Al mediodía, el transatlántico navegaba por el océano Pacífico a varias millas lejos, muy lejos, del puerto de Valparaíso; un puerto que la niña nunca volverá a ver y atrás se va quedando la única tierra que sus ojos de momento conocen. El sol se presenta radiante en el cielo y el día luce bello y luminoso. Los pasajeros del barco pasean por la cubierta disfrutando de este buen tiempo después de haber tomado, algunos, su primer almuerzo a bordo. El hombre de la siniestra figura se halla caminando solo, taciturno, con la vista perdida en el suave baile de las olas, mientras parece murmurar algo entre dientes.

Esa niña, la de esta mañana, parece tan pequeña, pero sus ojos hablan. Hay algo muy extraño en la mirada de esa niña. Porta un ser dentro, puedo ver que la envuelve; es como una luz que la ilumina y a la vez la señala; ya he visto antes ese tipo de luminaria, no me es ajena, yo también nací con ella, y si es así… ¡pobre niña! Mejor si ignora y si no aprende, porque no hay mayor castigo que poseer un ente metido en tu cuerpo, que no te dejará vivir, que te exigirá que comprendas y razones hasta hacerte padecer todo el dolor de este mundo y es mucho el que se puede llegar a sufrir cuando los seres humanos somos capaces de razonar usando el corazón. Pero no podemos elegir, nadie puede elegir, ellos nos eligen y muy alto es el precio que se paga por tener un ser dentro de ti. Aunque, tal vez, veo fantasmas donde no los hay. Quizá me este volviendo loco, si no lo estoy ya. Pero, esa niña… la mirada la delata, sí, es la depositaria de un huevo blanco, como yo soy guardián del mío y sé con seguridad que ella aún lo ignora como yo también lo ignoraba a su edad.

Dando unos pasos con su habitual torpe inclinación hacia la derecha, el hombre se coloca frente a la borda, reposando sus manos sobre la barandilla de acero se queda pensativo mirando hacia el horizonte. Los rayos de sol crean destellos sobre un mar tranquilo, lleno de pequeños reflejos, y el triste hombre, en sus pensamientos, comienza a recordar… La niña, mi hija, ambas se parecen, esa chiquita debe de tener la misma edad que la de mi pequeño sol. Si pudiera volver a España con mi familia, seguro que durante la travesía las dos se harían amigas. Sí, probablemente es lo que ocurriría. –En ese mismo instante de su garganta se escucha salir un lastimero suspiro e inmediatamente vuelve a concentrarse en sus pensamientos. Supongo que el hombre con el que viaja la pequeña es su padre. Qué casualidad que sea él, muy curioso que precisamente ese tipo sea el padre de la niña. Él no me ha reconocido, estoy seguro, probablemente, ni siquiera se acuerde de mí; claro que no es de extrañar que nadie pueda reconocerme, mi aspecto no es el mismo desde hace unos años, no me faltaba una pierna. Ya que le he reconocido, lo lógico es que cuando me vuelva a topar con él me presente. Viajando en este mismo barco me va a ser imposible aplazar tal encuentro porque no voy a poder evitar que, en algún momento, nos tropecemos cara con cara. Ahora la hija puede que no sea consciente, pero debería de avisar al padre porque la niña corre un peligro… Pero, ¡qué es lo que me está pasando! ¿Por qué me estoy preocupando por algo que no me concierne? El caso es que después de tres años, por primera vez, empiezo a pensar en otra cosa que no sean mis penas, resulta ser un pequeño alivio y la causante de ello está en este barco. Esos ojos de tan vivo color miel. Su atrevida mirada. ¿Por qué me estaría mirando tan fijamente esta mañana? ¡Hay no sé!

Al otro lado del barco, un grupo de niños en el extremo del buque se amontonan en alegre griterío. Se hallan en esa zona de la cubierta esperando a recibir las explicaciones del Capitán del barco. En cuestión de abandono del buque, si no existe a bordo una disciplina preestablecida para estos casos, es muy corriente que cunda la alarma, el sobresalto, entre los miembros de la tripulación y mucho más entre los viajeros, que al no tener idea de cómo actuar se suelen producir escenas de pánico, desesperación y angustia. Indudablemente, es mucho más fácil afrontar un peligro cuando se está preparado para hacerle frente, por este motivo, la compañía naviera tiene estipulado que se lleven a cabo en sus embarcaciones, periódicamente, los ejercicios de emergencia tal como está reglamentado en los buques de viajeros. Partiendo de esta base, no solo la tripulación, sino los pasajeros de un buque están obligados a saber cuáles son sus labores en caso de abandono del barco. Es una tarea que entre todos ha de realizarse y la diferencia entre vivir y morir está en la capacidad de superar con éxito todas las maniobras establecidas, dado que tripulantes y viajeros, en caso de hundimiento, quedan por igual expuestos a los peligros de la mar. Por esta razón, los primeros en aprender a ponerse los chalecos salvavidas y a saber el lugar exacto donde se encuentra el puente de mando, la cabina del Capitán, además de la enfermería, son los niños por ser más vulnerables e inconscientes de los peligros que alberga viajar en un transatlántico durante algo más de dos semanas. Es conveniente adiestrar a los niños, fundamentalmente para que no entorpezcan las maniobras de ejercicios de salvamento cuando se lleven a cabo en conjunto por tripulación y pasajeros.

-La vida en un barco no es muy distinta a la de una ciudad –explica el Capitán del barco a los niños- Lo bueno es que aquí no tenéis colegio, pero debéis conocer un poco los peligros que conlleva no guardar ciertas medidas de seguridad para no caeros al agua o haceros una avería jugando. Y esto es muy importante, lo oiréis muchas más veces. Cuando se aprecie que, irremisiblemente, el barco se hunde, hay que embarcar en la balsas, asegurarse de llevar los chalecos salvavidas bien puestos; luego de bajar la balsa al mar la tripulación cortará los cabos de la misma para alejarnos rápidamente del costado del barco para no ser arrastrado por los remolinos que se producen al hundirse. A partir de este momento, se seguirán las instrucciones de supervivencia en la mar y vosotros no deberéis tener miedo, porque si obedecéis todo saldrá bien.

-¿Pero podemos jugar por todo el barco? –pregunta con mucha curiosidad un chico algo gordito y pecoso, sin dar mucha importancia a lo que el Capitán con su charla les está diciendo.

-¿Por todo el barco?… ¡No! Ahora os voy a enseñar esta gran máquina de acero y debéis tomar nota de mis explicaciones. Luego os pienso preguntar –con gesto serio mira el Capitán las caras emocionadas de los pequeños.

Caminan niños y Capitán por la cubierta del barco. Este no para de hablar, mientras los chiquillos le siguen, a veces guardando un poco el orden y otras, en pequeñas algaradas, con risas y algún que otro empujarse por ser los primeros del grupo. Primero, un marino les ha hecho una demostración lenta de cómo deben colocarse los chalecos salvavidas y de la importancia de seguir cada indicación, por si hubiera alguna alarma o peligro de naufragio. Después, han hecho una visita a todos los botes salvavidas para que tengan una idea de su localización. Ahora, se dirigen en pelotón a la sala de máquinas para terminar la visita en el puente de mando.

-En un trasatlántico se pueden desarrollar casi las mismas actividades que en tierra: ir al cine, bañarse en una piscina, existe una zona de cubierta de recreo, además de una sala de juegos para los niños y para los padres, que por la noche pueden asistir a hacer actividades en el salón de baile o simplemente hacer nuevas amistades mientras toman alguna copa en el bar. No todas las noches, pero algunas veces se montan fiestas para grandes y chicos, como la fiesta del trópico. Ése día conoceréis a Neptuno el rey del mar.

Las caras de los niños no dan pábulo a lo que están escuchando y algunos con voces de asombro repiten: ¡Hala, el rey Neptuno!…y otros, en su infantil ignorancia dicen: ese… ¿Quién es?… La niña que camina junto a sus dos hermanos, sabe muy bien quién es el rey Neptuno, en más de una ocasión, su padre les ha relatado cuentos de sirenas en donde aparece el rey del mar. Pero hoy, lo que la tiene encandilada es el paseo que están dando con el Capitán. Por la mañana, después del desayuno, se hizo saber a los pasajeros que todos los niños que viajan en el barco debían de estar en cubierta alrededor de las 12h para recibir instrucciones sobre cómo colocarse los chalecos salvavidas. Informaron de la importancia de que acudieran todos, para que cuando se hiciesen simulacros de naufragio les sea más fácil realizar la maniobra de colocarse el chaleco. Al instante, desde que la niña ha visto al Capitán, le ha parecido un hombre muy elegante, con su traje y gorra, vestido todo de blanco y su voz que suena en un tono fuerte pero que para ella es muy agradable de escuchar, la lleva hipnotizada. Ella se ve metida en una de sus historias y ese Capitán vestido de traje inmaculado es un apuesto héroe que, de seguro, la salvara de morir en las manos de los temibles piratas que navegan por estos mares del Sur. En ese mismo momento en que sus pensamientos la tienen toda abstraída, con la vista perdida, una sombra negra se coloca delante de sus ojos. En un principio no alcanza a percibir quien se ha puesto en su trayectoria, mas al dejar de imaginar, se ve frente al enigmático hombre de negro. Cara a cara ambos se miran, la niña le desafía no quitando la vista sobre él; pero algo la detiene a seguir haciéndolo, siente como una mano pequeña la agarra y tira de ella.

-¡Vamos!… ¿Es que no ves que te quedas atrás?… ¡Te estamos esperando. Dice su hermano pequeño con prisas y arrastrándola hacia el grupo.

-¡Que ya voy!… ¡Suelta! – Decía la niña sin dejar de mirar la figura siniestra que también seguía mirándola.

-Bueno, ahora chicos, vais a subir las escalinatas que os llevarán al puente de mando. Hacedlo de uno en uno y, una vez arriba, me esperáis en grupo. ¡Vamos!..¡Vamos…que no tenemos todo el día! – Insta el Capitán con aspavientos para que suban todos los niños por la escalera.

Mientras la niña sube los peldaños con suma torpeza porque no quita la mirada de su negro objetivo; éste, al levantar su rostro para verla subir lo deja a la vista y es entonces cuando Chena puede apreciar que se trata, sin ninguna duda, del chico que la anciana le mostró en la noche en la cubierta. Siente que ya no le provoca miedo, sino una tremenda curiosidad. Viéndoles a ambos como se miran, parece más un reto entre contrincantes y que ninguno está dispuesto a perder, ninguno de los dos quiere ser el primero en retirar la mirada. Pero finalmente, el hombre desiste de mirar para luego bajar de nuevo su cabeza en un claro gesto de rendición ante la fuerza que desprenden los ojos de la niña.

-Está claro, no me equivoco, es la guardiana de un huevo blanco. ¡Pobre niña! ¡Pobre!- El hombre siniestro pronuncia estas palabras en voz baja y lo hace a modo de sentencia.