Un hombre extraño de ojos tristes, pelo negro y gabán abrochado hasta el cuello, sale de su camerino a altas horas de la noche. No tiene en cuenta las advertencias y observaciones hechas por la tripulación sobre prevenir y tener los cuidados máximos ante la tempestad que aún perdura. El individuo, de angustiado aspecto, con movimientos en su andar de un significante balanceo cojea del pie derecho y a cada paso, produce un ruido que suena como un palo dando un golpe en el suelo. Las ráfagas de viento que se lanzan a intervalos desde el exterior contra el casco del transatlántico, hacen que el barco se balancee ligeramente, lo que dificulta el caminar del siniestro sujeto provocándole un continuo y torpe vaivén por el estrecho y largo pasillo.
El insólito sujeto, en su deambular por el barco, pasa muy cerca del camarote en donde se halla Chena, la cual, recostada en su litera permanece con los ojos abiertos sin poder conciliar el sueño; todo por culpa del ruido producido por los truenos y también a raíz del triste relato que les ha contado su padre. Para ella le está resultando difícil dejar de imaginar y de pensar sobre los momentos tan duros que tuvieron que pasar todas aquellas personas que vivieron la guerra. La pequeña siempre se emociona al escuchar las penosas historias de la gente y luego de oírlas no para de sentirlas como si fueran propias, pues a veces se ve inmersa en todas las historias que escucha como si ella fuera una protagonista de las mismas; eso en este momento la está impidiendo, pese a que se halla muy cansada, conciliar el sueño. Por un pequeño instante deja de tronar, se hace un silencio y a la niña le llega a sus oídos el ruido acompasado de unos golpes secos. Ésta, sobresaltada, se incorpora en la cama quedándose sentada y con gran expectación presta oídos para tratar de distinguir qué clase de sonido puede ser el que está escuchando, aunque la resulta dificultosa la tarea porque las resonancias de los golpazos parecen alejarse por momentos. Al encontrarse en la litera de abajo no la cuesta nada ponerse en pie y con suma cautela, para no despertar a su familia, camina de puntillas y se aproxima a la puerta colocando la oreja muy cerca de ella. Pero por más atención que pone, no consigue identificar el sonido que escucha, aun así, se le hace familiar, como si ya lo hubiera oído en otro lugar y poco a poco comienza a tener la impresión de que está escuchando el taconeo que se produce al andar, aunque le resulta muy descompasado su sonar.
Su curiosidad, que es mucha, la empuja a abrir la puerta del camarote y asomando la cabeza mira hacia su derecha por el largo pasillo. Entonces abre sus ojos con tremendo estupor. ¡No puede creer lo que está viendo, no se había equivocado! Al fondo del pasillo alcanza a ver las mismas ropas oscuras que consideró ver subiendo al barco. -¡Es el hombre siniestro del tren! -Se dice la niña en susurros y se tapa la boca con la mano como si quisiera evitar ser escuchada apagando así el sonido del grito alarmado que no ha podido evitar. En un momento le parece que la figura negra se para y creyendo que se va a dar la vuelta para mirarla, la pequeña, cierra la puerta a toda prisa, asustada, y corre para meterse en su cama. Ahora, cubierta toda ella con las sabanas, escucha como su corazón late fuertemente y a ella le parece que su boca fuera a estallar, pues aprieta su mandíbula con tremendo nerviosismo; algo que tiene por costumbre hacer siempre que la atenaza el miedo. Después de unos intensos minutos asoma su pequeña cabecita por entre las ropas de la cama sin descubrirse del todo y no le quita la vista a la puerta que aparece por momentos iluminada por los destellos de los relámpagos que vuelven a sucederse tras los truenos. Y así, Chena permanece un largo rato, hasta que la propia tensión cede; le duelen los ojos, la lloran de la resistencia de tenerlos tan abiertos y poco a poco toda esa tensión va cediendo y va dando paso al cansancio quedándose la aterrada niña al fin rendida y adormecida.
Fuera en el pasillo, el ser oscuro e intrigante sin temor a la tormenta lleva un largo rato quieto ante la salida a cubierta, pero en ese mismo instante se encuentra con uno de los tripulantes que se retira a su compartimiento para descansar. Al verlo, el joven marinero le pregunta si acaso tiene algún problema y si puede ayudarle, el hombre con un gesto le indica que no, que solo desea tomar un poco de aire, a lo que el tripulante responde tan solo poniendo cara de incredulidad puesto que afuera llueve sin parar y lo único que puede ocurrir es que el individuo en cuestión, si sale a tomar el aire, acabe mojado hasta los huesos. Entonces dejando al joven tripulante atónito por lo paradójica de la respuesta, el chocante pasajero retrocede de vuelta a su camerino sin mediar más que un: ¡buenas noches! El tétrico sujeto se vuelve sobre sus pasos con idéntico andar, dando golpes secos y acompasados; unos golpes que resuenan por el pasillo y que se produce por culpa de su pata de palo.
Al entrar el extraño individuo en su camarote se le escucha emitir un fatigoso suspiro, más semejante a un quejido fuerte, que parece ahogarse en su garganta. El hombre arrastra su cuerpo con pasos cansinos hacia la cama, sentándose en ella, con la habitación en penumbra; es lo más igual a una sombra, una sombra que parece dibujar la imagen de un hombre triste y dramático. Lentamente, comienza a desvestirse quedando sus piernas a la vista; la rodilla de la extremidad derecha acaba en un muñón al cual fijado y sujeto con cintas de cuero le sigue una pata de palo muy larga, pues es un hombre bastante alto. Poco se puede ver en la oscuridad del camerino, nada más que lo que queda iluminado gracias a la luz que entra por la claraboya y que se filtra solo al compás del relampagueó.
Y en el silencio de la estancia, solo interrumpido por el ruido producido por el viento y la lluvia que se dilata en el exterior, se comienza a oír un lastimero recitar que sale de la boca de la triste figura con voz quejumbrosa:
-Conocí una mujer, una mujer que tuvo fe en mí y que nunca me exigió cosas imposibles… Me preparé, sabe Dios que estaba dispuesto, para luchar en todas las batallas que pensé tendría que vencer en esta vida y batallé sin descanso hasta que surgió ella. Así, junto a ella, inicié un nuevo camino, pensando ambos por quién vivir, y con ese ser tuve a quien amar. Descubrí en mi vida una nueva ruta que quería, que deseaba recorrer al lado de ella -mi mujer- y juntos fabricamos un feliz porvenir…Conocí una mujer, una mujer que tuvo fe en mí… pero un maldito día, un 28 de marzo, domingo a las 12:32 horas de un mediodía, a esa hora se abrió una brecha en mi vida, una devastadora y penosa herida. Me preparé, sabe Dios que estaba preparado, para luchar en todas las batallas que tendría que vencer porque nunca pensé ni rendirme ni perderlas. Pero… ahora estoy cansado de luchar, de vivir…Vivir tres años, vivir sin poder olvidar, vivir con una incógnita, con este atroz enigma… vivir con esta intensa pena…ya es vivir demasiada vida.
Sobre las cinco de la madrugada se escucha una fuerte descarga provocada por un enérgico relámpago. En el interior del camarote familiar, todos duermen plácidamente a pesar de los ruidos provocados por la tempestad. Chena acaba de despertarse algo alterada y abre los ojos con brusquedad, como si el ruido del trueno que acaba de oír le hubiera estallado en su cabeza y al mirar en derredor ve que solo esta ella despierta. Al momento, tumbada en la cama, comienza a sentir escalofríos al pensar de nuevo en lo que hace unas horas le ha parecido ver en el pasillo y curiosa como es ella sola, decide volver a mirar por ese largo y estrecho pasadizo. Le tiemblan las piernas al ponerlas en el suelo, pero ella está decidida tiene que indagar, conseguir saber quién es y porque ese hombre ha subido al barco, pues siente un aciago presagio sobre esa intrigante persona. Calza sus pies con sus marrones zapatillas y se coloca un suéter de su padre sobre su espalda, cubriendo sus hombros, abrazándose con las mangas como si la dieran protección; sin mediar más pensamiento por su loca cabecita, se convence de que está empezando una nueva aventura. A pesar de su arranque de valentía, ella vuelve a sentir escalofríos al pensar en ese hombre, pero no importa, hay algo que la induce a seguir con sus pesquisas. Abre la puerta y comienza a andar, no tiene nada más en su mente que seguir caminando por el largo pasillo…
Sale la inconsciente niña a la cubierta del barco y, extrañamente, ya no llueve, no hay viento ni hace frío. El cielo está todo oscuro y salpicado de estrellas que curiosamente a ella le parece que conforman dibujos que quisieran mandarla un mensaje con figura estelar. Se queda un tiempo parada, mirando al firmamento, atraída por la magia, pues ella siempre ha creído que la luz de las figuras que brillan en el reino celestial, cuando lo hacen con esa intensidad, es por algún motivo y cree que si consigue averiguar el motivo se convertirá en un ser de luz, algo parecido a un hada. Entonces, una voz suave la interrumpe y la reconoce, es la dama del huevo blanco. La niña, al momento, algo atónita se pregunta si lo que está viviendo ahora mismo es un sueño o es la realidad. Chena, en su mente empieza a sopesar que la mujer, la bruja del huevo, la anciana que ella ve, no es más que algo provocado por su mente y que aparece en sus sueños por algún motivo para avisar o prevenirla de algún mal, luego es probable que solo este viendo una más de sus raras visiones.
-¡Atiende niña!…¡Mira! -dice señalando hacia la popa del barco. ¿No le ves?
Un hombre joven de pelo negro brillante como terciopelo sujeto a la barandilla del barco, alza su rostro con la vista puesta hacia el horizonte. Pero, curiosamente, es tan solo en ese rincón del buque donde luce la brillante luz del día. El chico, que parece como si estuviera iluminado por un gran foco de luz luce muy bello, es alto, delgado y su rostro de agradables facciones lo muestra como un muchacho muy guapo. Su sonrisa dibuja la ilusión que solo desprende la juventud. Y al momento la niña escucha como la anciana dice:
-Mírale bien y no le tengas miedo, pues es digno de misericordia. Cuando mires en el interior de sus ojos, en sus tristes ojos negros, veras el dolor, la desesperación y el vacío que crece dentro de su corazón como la única salida a su desconsuelo por haber perdido su tesoro.
Sin dar tiempo a reaccionar a la niña, de repente, todo vuelve a estar sumido en la oscuridad. Chena se estremece ante la sensación de sentir una descarga eléctrica, que comienza a recorrerle por todo su cuerpo, tiembla e intenta taparse con el jersey que lleva sobre sus pequeños hombros y sintiendo cada vez más frío, nota como si todo su cuerpo estuviese cubierto de agua y en esa conmoción de angustia, sus ojos se abren. Entonces se da cuenta de que se encuentra dentro del camarote metida en el interior de su litera. Lanzando las sabanas hacia sus pies se destapa, pues tiene como un sofocante calor, que la asfixia y se nota empapada en sudor. Ahora, con cierta lucidez, se da cuenta de que ha tenido otro sueño y haciéndose una infantil idea de lo que ha visto, rumiando entre palabras incoherentes en voz baja, dice: Cuando le vuelva a ver, porque le voy a volver a ver, porque ahora sé que ese chico es el hombre de negro, me pondré frente a él y sin miedo le preguntaré… ¿Eres un pirata? Porque eso es lo que es él, un pirata. Sí, yo sé que es un pirata. Y sé que busca un tesoro que ha perdido, lo ha dicho la señora de blanco, pero… ese tesoro ya no le pertenece. Y se lo pienso decir. Le diré a la cara… ¡ya no es tuyo! La mujer de blanco me ha dicho que no te tenga miedo, entérate ¡no te tengo ningún miedo!… Además, la bruja del mercado dijo que la caja que custodia el tesoro la voy a abrir yo. ¡Sí!…ese tesoro, si él lo perdió, ya no le pertenece. Ahora soy yo quien lo va a encontrar y por lo tanto será para mí. ¡Sí, eso es lo que le voy a decir cuando le vuelva a ver!
Los primeros rayos de luz de forma juguetona se filtran por la redonda claraboya y la pequeña, ya despierta del todo, se distrae mirando como flotan las miles y miles de diminutas partículas de polvo que se dejan ver a la luz del amanecer; escucha la voz de su hermana gritando que ya es de día y que además ha dejado de llover. En un instante, el camarote se llena de voces familiares adormecidos. Se le oye decir a su padre: – Pongámonos todos en pie-. Nada más vestirse y asearse, toda la familia sale a cubierta. El cielo está limpio, despejado de nubes; por su aspecto, nada tiene que ver con el día de ayer. La tripulación del barco comienza a retirar la pasarela y se escucha un ruido de aparejos mecánicos. Al parecer, están subiendo el ancla. Se aprecian las maniobras, realizadas por los marineros de la tripulación de cobrar y largar cabos que están firmes; gracias a esos amarres se ha evitado, ante la tempestad de anoche, que el buque no se golpeara contra el muelle.
-Eso significa -dice el padre mirando a sus hijos -que esta nave está soltando cabos amarrados y el buque, sin tardanza, zarpará del puerto hacia aguas más profundas, a un mar abierto. Preparaos, bizarros niños, vuestra gran aventura se inicia hoy sobre este gigante de acero que parte para llevaros a un destino incierto; pero de seguro emocionante y prometedor. Sabed, hijos míos, que somos nosotros mismos los que fabricamos o destruimos nuestro propio porvenir. Así pues, tenéis una gran oportunidad para aprender, abrid bien los ojos, porque vais a ver maravillas que otros niños nunca podrán ver. Esta es una ciudad flotante, un pequeño mundo y si observáis veréis lo que es la vida.
Se asoman los niños por la borda, alborotados por las palabras pronunciadas por su padre y por la emoción de saber que el barco inicia por fin su partida del puerto. Se asoman poniéndose de puntillas y sacando la cabeza por encima de la barandilla para percibir mejor las maniobras, al igual, que otros pasajeros del barco que empiezan a amontonarse en la cubierta con idéntica expectación para ver como se alejan de la bahía. La niña, con tremenda curiosidad, mira a su alrededor y ve al simpático camarero que les condujo a su camarote al subir al barco. Aprecia cómo pasa ligeramente entre la gente, éste se da cuenta de que la niña le mira y le guiña un ojo, a lo que la niña responde con una tímida sonrisa. Entonces desaparece el joven entre la gente quedando a su vista una presencia oscura. El hombre de negro, con su sombrero sobre la cabeza, tiene la vista fija en algo. La niña sigue su mirada y ve que se emplaza sobre el rostro de su padre. Vuelve a mirarle y ahora esos ojos negros inyectados en sangre se clavan en ella. Se queda petrificada, él la ha descubierto y le vienen a la mente unas palabras… ¡No le tengas miedo! Así, de esta manera, ni hombre ni niña se quitan la vista mientras el barco se aleja del puerto.